Celedonio
PRAGA     ´91  749
             
               

 

El tipo venía con su atuendo de conferenciante, es decir: sus galas más estudiadas, para lucir sus rizos entre los pliegues del traje. La elegancia como premisa, para que los pobres mortales que asistíamos a su charla nos sintiéramos importantes.

La perorata que soltó Celedonio PRAGA en aquella ocasión fue de antología; desconozco si estaba en la línea de lo que solían ser sus discursos en público, porque no había asistido con anterioridad a semejante espectáculo y como podrá suponerse sin dificultad al finalizar de leer el presente capítulo, jamás volví a caer en sus garras como auditorio.

No recuerdo el título de la charla, pero algo tendría que ver con la Sociología, porque a ésta y no a otra Facultad pertenecía el Aula Magna donde tuvo lugar el sermón. A la sazón yo era alumno de dicha Facultad, así que debía de correr el año ’95.

Celedonio PRAGA nos hizo una demostración de solipsismo elevado a la potencia magistral, es decir: allí nadie se enteraba de nada, a la vista de las caras que habitaban los cuerpos sitos en los bancos preparados para acoger al público. Claro, esto significaba que los cerebros que regían dichos cuerpos llegaban a la conclusión de que Celedonio PRAGA debía de ser inteligentísimo, habida cuenta de que ni ellos, con ser inteligentes, eran capaces de entenderle. No obstante nadie puso trabas desde la mesa de presentación, porque a ver quién era el guapo que denunciaba públicamente que el emperador iba en pelotas. Pero aquello era objetivamente infumable, tanto que llegado el turno de preguntas, no pude por menos que intervenir.

Es más: si no hubiera ido meditando hacerlo a medida que transcurría el viacrucis, no hubiese resistido hasta el final de aquel cúmulo de sandeces pretendidamente intelectualoides que Celedonio PRAGA fue desgranando como quien saca una ristra de chorizos de la faltriquera. Me resultó imposible aguantar en silencio aquella charlita con pretensiones de altura de pensamiento y al llegar el turno de preguntas reventé; me limité a una pregunta que era más bien una carga de profundidad: relacionada con un concepto que había introducido Celedonio PRAGA durante su charla, mi pregunta era un torpedo en la línea de flotación de su nave de los locos. [Aquí la pregunta, que por ahí la tengo] Lo realmente importante no fue eso, sino los roles y status[1] que quedaron en evidencia en aquel instante. No fui el único que preguntó, claro… a diferencia del resto de los preguntantes, que miraban con lupa flecos y matices de aquel tapiz del apocalipsis mental que orientaba a Celedonio PRAGA. Pero éste montó a lomos de mis palabras con intención de domarlas mientras cabalgaba por los cerros de Úbeda: no entró al trapo, pero como mis palabras no eran sino las suyas al desnudo, allí acabó el pulso.

Es que al hilo del discurso de la conferencia, el público estuvo refocilándose entre mitologemas y otras leyendas de neologismos; el concepto de mitologema no era más que el disfraz adoptado por su complejo de inferioridad para optar a las oposiciones a divinidad que se adivinaban tras toda aquella parafernalia.

Sólo para darse un baño de autoestima: más bien autoconvicción de que allí estaba, en aquel instante, lo más granado de la intelectualidad del mundo mundial contemporáneo.

Entre los insignes catedráticos que habitaban aquella mesa de presentaciones se sucedieron los cuchicheos mientras me miraban de soslayo. ¡Cómo sería mi pregunta de inconveniente! Mientras la estaba formulando, codazos a la Decana por parte de los miembros de la mesa: “¿Quién es ése?” Y por los gestos se adivinaba: “No sé, alumno mío, me suena, me parece que ha hecho Filosofía”. A lo que siguió un asentimiento comprensivo por parte del otro implicado en el diálogo por lo bajini: “¡Claro! Así se explica todo…”

Éste debía de ser el diálogo con el que de alguna manera justificaban la incomunicación que presidió el presidio de ideas bajo la batuta de Celedonio PRAGA aquella tarde, a quien sólo faltó la toga y una alfombra roja para ser completado como emperador de la estulticia… al menos aquella tarde.

Ya digo que ni le tuve en cuenta más tarde ni le había conocido antes, salvo por la fama que acompañaba su nombre. Me parece que el otro día encontré por casualidad su obituario por el Google: así se fue a hacer pareja con sus palabras.



[1] Como les gusta decir a los sociólogos.

 

 

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