Gabriel
RUFO   Samarcanda ´74 ´91 987
             

 Gabriel RUFO fue mi vecino más próximo durante la friolera de 20 años, mientras viví en casa de mis padres; sin embargo nuestras puertas estaban alejadas, en calles diferentes. Compartíamos tabiques y un patio interior al que daban nuestras respectivas terrazas, así que en línea recta estábamos muy cerca… pero en un mismo bloque aunque con una separación insalvable y extraña.

A Gabriel RUFO yo le conocía principalmente por ser el padre de aquellos dos chavales huraños y solitarios con quienes jugaba a los soldaditos o las cartas en unas mañanas del verano que me parecían eternas, cuando yo contaba diez años. Podrían llamarse amigos, no lo sé… compartíamos pocas cosas: salvo la huída común del aburrimiento, nada nos unía. Sus aficiones televisivas y su pasión por el yogur ante mis ojos aparecían como extrañas características, pero las respetaba con distancia.

Los tres: Gabriel RUFO y ellos dos, formaban el núcleo familiar junto con la que era mujer y madre respectivamente de ellos. Eran un lote, un todo indisoluble: por eso aparecen aquí en grupo. La dedicación familiar ante mis ojos y olfato estaba caracterizada por la afición desmedida que profesaban ambos cónyuges al Espléndido con coca-cola: aquel aroma tan característico, mezclado indisolublemente al humo del tabaco rubio y sin filtro (Bisonte) para mí era sin duda el DNI de aquella familia tan singular como plural. Como ella era enfermera y por tanto se dedicaba al mundo sanitario, uno pensaba: “Bueno, si ella, que es experta en salud, fuma y bebe como una descosida, no pueden ser costumbres tan malas como dicen por ahí”. Lo cierto es que después, con el paso de los años, toda esta calderilla cotidiana que ella iba ahorrando en la hucha de la salud negativa… se acabó llevando por delante su cuerpo hasta ese pozo del que ya nunca se sale… pero claro, en aquel entonces aún no lo sabíamos. El aroma de tabaco y los efluvios de cubata eran garantía de palmarla tarde o temprano: si no de cáncer, de algún problema cardiovascular. A Gabriel RUFO eso no parecía preocuparle; tenía bastante con su trabajo en unas sederías, como si con eso tuviera garantizada la suavidad de la vida.

Gabriel RUFO era un tipo flaco y risueño, aunque con el gesto afilado; de buen humor y nulas aspiraciones vitales que no fueran quedarse calvo y trasegar lingotazos entre humo. El núcleo familiar no daba para más, evidentemente; por eso no deja de ser sorprendente que los chavales acabasen estudiando cada uno su carrera universitaria y muy probablemente consiguieran trasladar por fin su carácter huraño a un despacho del Departamento correspondiente de la UdS. Creo que a uno le dio por las Exactas y al otro por la Química, pero no me hagáis mucho caso. ¿Y qué sería finalmente de Gabriel RUFO, una vez viudo y con los hijos emancipados? Supongo que acabó marchitándose en alguna residencia, ya sin tabaco ni cubatas, entre la luminosidad de los jardines del recuerdo.

Entre los míos quedó el rostro de satisfacción de su mujer cuando le dije que iba a estudiar Filosofía; como si se tratase de una victoria para sus convicciones, orgullosa de que así fuera… algunas veces, en la terraza, hablamos de la existencia de Dios, me parece. Se declaraba partidaria de la gente que pensaba, supongo que como declaración de intenciones, de lo que a ella le habría gustado hacer. Aquella limpidez a mí me recordaba el azul de los ojos de aquel otro chavalito, su hermano ciego que les visitaba en ocasiones… y entonces todo se llenaba de pena.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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