Antonio  Camarero del Ana   Samarcanda   ´83   990
             

 

Al cuerpo de Antonio Camarero del Ana le acompañaba un aura cobriza, semejante a la tez gitana o árabe… quizás por eso en mi memoria le asocio a la cultura propia de Khanka, tan conectada con ambas etnias. Pero creo que había nacido en Samarcanda o al menos su carácter estaba imbuido sin duda alguna por el ambiente de la ciudad. Digamos que su trabajo estaba en el centro de la cuestión: ser camarero en una de las discotecas de moda entonces, el Ana, imprimía carácter a aquel joven. No debía de tener más de 30 años, pero desde mi perspectiva de 18 aquello resultaba un abismo. Alguien que ya estaba de vuelta de muchas cosas a las que sólo había llegado por intuición teórica; una especie de semidiós, un ídolo a quien conocí de rebote.

Antonio Camarero del Ana era cliente habitual de la piscina del Hotel Rana en aquel verano del ’83 y enseguida entabló relación con Valentín Hermano, quien trabajaba en la taquilla mientras yo hacía lo propio en los vestuarios. Por eso coincidimos alguna vez; si no… probablemente a Antonio Camarero del Ana sólo le habría conocido de oídas, pues en aquel entonces no frecuentaba yo aún los ambientes nocturnos.

Pero entre Valentín Hermano y Antonio Camarero del Ana se desarrollaba una especie de complicidad que a mí, un quinceañero, me estaba vedada. Yo sólo era un pipiolo aprendiz de adolescente, mientras ellos dos hablaban con soltura y experiencia de mujeres, juergas, alcohol, porros y toda la parafernalia que se mueve alrededor de esos universos. Antonio Camarero del Ana debía de llevar una vida que, si era envidiable para mi mentalidad de entonces, vista desde ahora se me presenta como una esclavitud insoportable: con los débitos hormonales propios de aquélla su juventud incipiente… que son como un lastre al que hay que rendir cuentas a diario, por no decir constantemente.

Algo así como el ginecólogo, que como suele decirse trabaja donde otros se divierten, Antonio Camarero del Ana era además camarero, lo que es más que una profesión un estado de ánimo, como también declara la sabiduría popular. Visto desde mi perspectiva actual, tras la experiencia que me han aportado estos años, puedo decir sin temor a equivocarme que lo de Antonio Camarero del Aname provoca una inmensa pena, por ser tan digno de lástima y compasión como pueda resultarme el avaro o simplemente quien le da mucha importancia al dinero y trabaja como empleado de banca, manejando constantemente riquezas ajenas. Millones que pasan por sus manos sin quedarse, produciéndole apenas un mísero sueldo cada mes, aunque cada día maneje fortunas impensables que jamás llegarán a ser suyas. Algo así como un sarpullido, como en aquella película italiana que tanto le gustaba a Eugenio LEJÍA por lo que tenía de metafórica.

Así era la vida real de Antonio Camarero del Ana: una especie de maldición con la que aprender a convivir. La de servir banquetes y comer sólo las migajas… las sobras despreciadas que nadie quiere. Quizás tuvo suerte y alguna de las clientas que por allí desfilaban se encaprichó de él y consiguió endulzar su vida con algún revolcón… sería extranjera, seguramente. Algo que viene siendo sinónimo de espejismo en concepto, espacio y tiempo para alguien como Antonio Camarero del Ana: un pobre hombre condenado al agujero que significa no ser capaz de sustraerse a las condiciones que a uno le han tocado en suerte… aquello de que “si no vives como piensas, acabarás pensando como vives”. Porque Antonio Camarero del Ana no utilizaba su tiempo ni sus energías para lograr aquello que deseaba (algo que probablemente ni siquiera había sido objeto de sus meditaciones), sino para sacar provecho de lo que había a su alcance. Se busca lo que se encuentra… ¿o acaso es al revés?

 

 

Sonido

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