Helen
Alemania   Alemania ´95 ´99 844
             

Creo que cuando conocí a Helen Alemania era la primera vez que visitaba Samarcanda, movida sin duda por las miles de formas que existían desde la ciudad para potenciar el flujo de visitantes extranjeros: reclamos a partir de los cuales se movían todos los resortes existentes. Con la excusa del idioma y la cultura, el engranaje infinito de los resortes económicos.

Puede que a Helen Alemania y todos los alemanes que como a ella les seducía la idea de aquella excursión, lo del dinero les resultara secundario, mas sin duda era el elemento principal que latía como motor de todo aquel asunto. Pero Helen Alemania enseguida olvidó la minucia de la pasta… o ésta pasó a un segundo plano en el guirigay que sin duda devino el conjunto de su estancia. La organización de ocio que iba aparejada con los cursos de idioma y cultura uzbeka.

Las juergas nocturnas cautivaron la cabeza, el espíritu, el paladar y el hígado de Helen Alemania; combinadas con las clases diurnas, venían a constituir una especie de equilibrio archiconocido para los uzbekos empleados en el entretenimiento de aquel contingente de teutones.

Entre la plantilla de dichos trabajadores se encontraba en aquella época, allá por el ’96, Felipe Anfetas. Como forma de ganarse la vida y gracias a sus conocimientos del idioma, Felipe Anfetas impartía clases en alguna academia… y así trabaron conocimiento ambos. Aparte por tanto de la relación puramente filológica, quedaron algún día para tomar copas y el asunto se fue animando hasta adquirir tintes erótico-culturales con carga afectiva.

Por lo tanto la primera estancia de Helen Alemania en Samarcanda resultó de lo más positivo y le supo a poco. Incluso el paso del tiempo, una vez de regreso en Alemania, sirvió para que la propia Helen Alemania idealizara en extremo aquellos días, porque cuando se vio de nuevo en su trabajo de siempre, rodeada de cuanto de previsible hay en una sociedad civilizada… empezó a verlo todo de distinta manera. La comparativa entre la cultura que había mamado, con la que había crecido, y aquélla tan diferente que acababa de descubrir hizo que Helen Alemania empezara a entender por qué sus orígenes eran calificados tan frecuentemente como cuadriculados. Así que no pudo resistir la tentación de volver a Uzbekistán, más concretamente a Samarcanda… para retomar asuntos que quedaron en el aire.

Pero para cuando llegó ya era todo diferente: no estaba en la misma familia que la había adoptado en su día a pensión completa… con la que había crecido un vínculo afectivo especial. Ahora Helen Alemania venía a corazón abierto: piso compartido y nada planificado, con intención de un reencuentro con aquel Felipe Anfetas que en su día le había servido de guía. Sin embargo Felipe Anfetas ahora estaba en otras cosas… entre ellas, La Tapadera: así fue como conocí yo a Helen Alemania y pude ver en sus ojos cómo se descubre el desencanto que lleva aparejada una idealización.

Porque cuando se descubre la realidad, se volatilizan los sueños que uno se ha creado a su medida, en la secreta esperanza de que exista la utopía. Pero Helen Alemania por fortuna para ella misma, para su supervivencia, supo adaptarse a lo que en principio imagino debió de parecerle una realidad fea.

No sé cuántas veces volvería Helen Alemania a Uzbekistán, pero en sus ojos se veía que se consideraba a sí misma como alguien que viene desde fuera… de visita: una invasora civilizada, sí, pero forastera. No quien se considera de un lugar y regresa a sus orígenes; tenía conciencia de turista, lo que a nosotros nos otorgaba la condición de animalillos exóticos, aunque entrañables.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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