Felipe

 Anfetas

Jizzakh

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´99

330

 
             

 

Durante años Felipe Anfetas y yo habíamos coincidido muchas veces a lo largo, ancho y profundo de las noches maracandesas. Poco a poco nos íbamos conociendo en situaciones de lo más dispar. Su carta de presentación ya era suficientemente equívoca. Hermano de Brenda VAYA, originario de Jizzakh, estudiante de Derecho

Aquel batiburrillo sólo se completaba con el gesto nervioso que normalmente le caracterizaba. Inquieto pero sospechoso. El típico perfil nocturno del consumidor de anfetaminas, de ahí su apodo. Con el tiempo supe que era cierta su adicción, aunque logró superarla.

A Felipe Anfetas se le solía ver acompañado de una chica impresionante a la vista. Durante mucho tiempo pareció su pareja definitiva, pero a la larga resultó ser sólo un espejismo. Después pasaron por su vida otros ejemplares como Violeta Yankee, Helen Alemania o La diosa: todas extranjeras.

Como a tantos estudiantes de la UdeS, a Felipe Anfetas se le atragantó una asignatura que le impidió licenciarse. Por supuesto su madre (era huérfano de padre) de esto jamás llegó a enterarse. Era una pobre y abnegada funcionaria del Uzbekistán profundo, que creía a su hijo ya licenciado.

Felipe Anfetas tuvo una temporada precaria… durante la que sobrevivió gracias a su ingenio, su capacidad interpretativa. Hacía un numerito de teatro de calle, “Il grande Maldini”. Casi mimo: un levantador de peso con bañador de cuerpo entero a rayas; además de un bigote y el remedo de aquellas bolas metálicas unidas por un eje. Su sentido del humor y su gran capacidad para la comedia le permitieron salir adelante.

Después llegó al mundo de la docencia en lengua uzbeka. Con lo que esto suponía para un mujeriego nato como Felipe Anfetas. Contacto constante con infinidad de féminas que se encontraban de paso por una ciudad cuya fama casquivana es proverbial en todo el orbe: posibilidad casi diaria de ejercer como buitre en versión más o menos light, intelectual.

Las circunstancias habían llevado a Felipe Anfetas al submundo de la industria maracandesa que gira alrededor del flujo de extranjeras… y de extranjeros. Así, con su nivel cultural decente, su capacidad para mimetizarse y sobrevivir en un ambiente hostil, su don de gentes y su formalidad laboral[1]… consiguió pasar a formar parte de la nómina de los incontables especuladores que en Samarcanda viven de la sangre extranjera.

Este colectivo se encuentra complacido de circular por esta incomparable cuna de la cultura. Visto desde el otro lado, resulta un grato precio pagar ese bien inagotable (la sangre, la pasta) a cambio de los paisajes que esa vida les brinda. Entre otros motivos, por eso Samarcanda es ideal cuando uno está de paso, pero una maldición para quien vive en ella.

Felipe Anfetas ya se encontraba en esta etapa una noche del ’96 cuando coincidimos en el Fin de siglo. Se dio la circunstancia de que yo buscaba inquilinos para el piso de la calle Conde Drácula, del que me había hecho cargo. Mientras tanto Felipe Anfetas… estaba harto de convivir con un propietario de gatos que cagaban en la bañera y cosas por el estilo.

Vio en mí una oportunidad de oro para escapar de aquella ratonera, valga la paradoja. “Sólo hay un problema” –me dijo– “Y es que tú y yo nos llevamos bien, algo que con la convivencia se puede ir a tomar por culo”. Sin duda tenía razón, de todas todas. Se cuentan por miles los casos de amigos y/o colegas, novios, conocidos, compañeros… que en cuanto empiezan a compartir un piso y/o la vida, acaban por dejar de hablarse.

Sin ir más lejos, era proverbial el ejemplo de su hermana Brenda VAYA con Tina Fin de siglo… Reflexioné sobre el tema, pero concluimos que merecía la pena intentarlo. Así lo hicimos. Se mudó y con ello empezó una etapa de su vida y de la mía que se resiste a ser resumida en palabras.

Durante los dos años y pico que estuvimos compartiendo piso, tuvimos la oportunidad de compartir muchas más cosas. Sobre todo impresentabilidades que brotan de los seres humanos como si la convivencia las regase. “¡Ten cuidado!” –le dije un día a Felipe Anfetas a la vista del peregrinaje femenino por su habitación… “–¡A ver si vas a terminar casado!…”

Baste decir que Felipe Anfetas participó también del proyecto La Tapadera con todos sus tentáculos: mercados medievales[2], cursillos, tertulias, actividades artísticas y ¡cómo no! hostelería. Porque se metió de cabeza más tarde en el Idiota, con el objetivo de jugar al todo o nada algo que se empezaba a marchitar. Entre las garras impías de una ciudad incapaz de la tolerancia. Entre las tiernas yemas de una meseta tan ancestral como orgullosa de sus incapacidades.

Felipe Anfetas se prestaba fácilmente a las actividades que estuvieran al margen de los cauces oficiales, al uso. Supongo que por eso se consideraba a sí mismo heredero de la tradición anarquista, ácrata en lo más profundo de su alma. Huelga decir que para ser anarquista no es suficiente la autoconvicción y la intolerancia hacia los intolerantes. Pero Felipe Anfetas se sentía bien pensándose libertario y así lo hacía. Reinterpretando la realidad a su antojo, a su medida: “Felipe mensura rerum”, que dirían los clásicos.

A pesar de estos dogmatismos, Felipe Anfetas era una persona con la que se podía hablar y razonar casi siempre. Salvo cuando estaba obnubilado por alguna de sus obsesiones recurrentes: era su carácter, por así decirlo.

De la explosión de La Tapadera y el Idiota, Felipe Anfetas salió despedido hasta Tashkent, donde finalmente parece que encontró su lugar en el mundo. O al menos de manera temporal… aunque con su carácter… nadie podría garantizarlo.

Casado, con un trabajo fijo y bien remunerado. Debería estar convertido ya en un elemento más del engranaje. Aunque hay individuos en el mundo que llevan el diablo dentro, no pueden luchar contra sí mismos por mucho que se empeñen. Tarde o temprano, disfrazados de basureros, los recuerdos llegarán cualquier mañana ante su espejo. Para recordarles que la vida debería ser otra cosa.

En ese hipotético momento Felipe Anfetas mirará esa cara, ese gesto que le interroga con descaro: ¿en qué te has convertido? No podrá responder, pues ni él mismo lo sabe. Lejos de lo que proyectó ser en su día, eso sí. Pero sin saber exactamente lo que quiere ni cómo ha podido llegar hasta el momento presente.

Allá por el ’98 una noche de intuición y sinceridad se lo dije con un Southern Comfort en la mano. Todos somos suicidas en potencia. Sólo que algunos se suicidan viviendo. Convierten su vida en un infierno del que jamás podrán escapar, porque el paisaje es su cabeza.

Para algunos la vida es el peor de los suicidios. Entre otras cosas porque ellos solos se han ido poniendo trampas perfectas… Saben que es imposible escapar de ellas. Están hechas a su medida, personalizadas. La vida como ratonera. Si el suicidio es la vida ¿cómo suicidarse, si no es viviendo?

La forma más elegante que se me ocurre de mandarle a tomar por culo… es el silencio.



[1] No buena, pero por encima de la media.

[2] “Grabados frescos de la princesa muerta… Grabados muertos de la princesa…” pregonábamos Felipe Anfetasy yo en el mercado medieval de Samarcanda el día D… la muerte de Lady Di, en el año ’98.

 

 

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