Luisa

Pelirroja

 

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Luisa Pelirroja habría pasado desapercibida para cualquiera, con ese cuerpecillo menudo y sin ninguna llamada de atención para los sentidos, a no ser por su carácter excepcional de pelirroja pecosa de ojillos claros. También habría pasado desapercibida su personalidad, nada excepcional en lo que se refiere a relaciones humanas o puesta en escena de su singularidad: a no ser por su constante risa algo estentórea y la mayor parte de las veces sin motivación alguna en el mundo real.

Pero Luisa Pelirroja era vivaracha, le podían las ganas de apropiarse de los alrededores de su persona. Por lo que recuerdo, como alumna de Bellas Artes era normalita, del montón: esto quiere decir sin grandes planteamientos estéticos ni capacidad excepcional en cuanto a reinventar el mundo, pero con infinidad de justificaciones teóricas de su genialidad… si llegaba el caso de que tuviera que defenderlas.

En fin, Luisa Pelirroja era una genia gritando a los cuatro vientos su genialidad por si alguien era tan lerdo que no la captaba: lo dicho, del montón. Pero era tan risueña como dicharachera, lo que convertía su presencia siempre en una inyección de ánimo cuando alguna vez coincidíamos: ya fuera durante los ejercicios de alguna disciplina en la Facultad o si nos cruzábamos fortuitamente por la calle. El encuentro con Luisa Pelirroja resultaba siempre ser una promesa de algún otro encuentro posterior, indefinido, que por lo general jamás se producía… algo así como una declaración de intenciones por su parte (y de rebote, la mía): por adivinar algún tipo de afinidad personal únicamente intuida, sin un correlato real.

Creo que una de esas ocasiones fue la performance que llevó a cabo el alumnado de Bellas Artes una noche en un restaurante chino, poniendo etiquetas con el peso a quienes asistimos: como ganado, peso anotado a la entrada y a la salida. Para ver cuánto habíamos engordado durante el ágape.

En todo caso, Luisa Pelirroja sí que llegó a pasar alguna vez por La Tapadera, pero como pudiera hacerlo una mariposa sobre una flor indeterminada en medio del campo, simplemente porque le llamaba la atención el color. Una de las últimas veces que la encontré, si no la última, me contó que estaba trabajando como diseñadora para alguna empresa del sector de las Artes gráficas… una de las típicas salidas laborales para quienes aterrizan desde su genialidad-burbuja de la Facultad en la pista inhóspita del mundillo empresarial, tan crudo como la vida misma. Una lección de humildad, vaya.

Recuerdo también la declarada admiración de Luisa Pelirroja por los mercados medievales que organizábamos desde La Tapadera: como si fuera algo que la fascinaba pero le parecía inalcanzable… perteneciente a un pasado para ella inaccesible; una de sus antiguas reencarnaciones o algo parecido. En definitiva, nada que ver con la vida que le había tocado en suerte esta vez en la incierta ruleta del Destino… o el desatino, según se mire.

 

 

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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