Neblina

Cafetería

Samarcanda

´86

´96

911

             
               

Le iba bien aquel nombre, Neblina, acorde con una personalidad algo apocada o indefinida: así que hacía alarde de un defecto, lo que siempre resulta favorable a quien actúa de esta manera; porque reivindica desde la fortaleza la posibilidad de una realidad diferente, alternativa. Ser neblina en Samarcanda significaba sin duda apostar por la faceta nocturna y anhelante de un mundo distinto.

En el Neblina se daba cita el colectivo cuya oscuridad pretendía ser positiva; la intención de aquellas gentes, por lo general relacionadas con el mundo de los saberes heterodoxos y las letras contestatarias, era resplandecer como lo hacen los rayos del sol entre la niebla. De hecho, este agua en suspensión puede resultar deslumbrante en ocasiones: asociar la neblina a la oscuridad trasluce escasa lucidez por parte de quien así lo hace.

Porque en el Neblina podía derrocharse la tarde entre amigos, compañeros de Facultad, con la pareja o acompañado de otros colectivos… porque había juegos de mesa, infusiones y mesas-camilla que invitaban a ese recogimiento provinciano que en las generaciones anteriores había resultado sinónimo de conformismo y resignación; pero allá por los ’80 la cosa era distinta… muy diferente. Reunirse en el Neblina, aunque fuera con excusas sentimentales, siempre poseía un matiz reivindicativo, aunque no necesariamente asociado a la política… muchas veces dicho matiz consistía en entender las relaciones personales de una forma hasta entonces nueva: más humana, menos cosificada.

Quienes se reunían en el Neblina por lo general compartían callada e implícitamente ese espíritu común de plantarse ante la tradición para buscar un mundo nuevo. Pero era una sensación tan etérea que devenía inmaterial, impersonal: casi se quedaba en una intuición.

Continuaban pasando los meses, los cursos… el Neblina seguía igual, dando la sensación de una promesa incumplida o una expectativa sin respuesta. Muchas veces, al menos para mí, el Neblina era lugar de reunión antes de salir de copas… quizás como un tributo inconsciente a la estatua que había en la plaza, junto a la puerta y una casa con resonancia de muerte. Alguna vez nos sorprendió la niebla abrazados a aquella escultura bebiendo ritualmente cervezas y rindiendo pleitesía a la figura egregia que representaba: un escritor atormentado por la Filosofía y la existencia de Dios… o al revés, por Dios y la inexistencia de la Filosofía.

El Neblina, con su silencio comprensivo, arropaba los ateridos espíritus que acababan desembocando en semejantes callejones sin salida. Pero el Neblina también poseía una faceta de jolgorio, de alegría vital allende las torturas metafísicas… seguramente por eso participó con alegría en La caza de almas, con todo lo que significó semejante acontecimiento. Como declaración de principios y aceptando el resultado de antemano y con todas sus consecuencias: no eran otras que la reivindicación de un carpe diem difícilmente comprensible para quienes pertenecían a otra dimensión de la realidad más pacata. Pero quienes comulgábamos con el espíritu dual del Neblina, quienes poseíamos simultáneamente las ganas de vivir de otra manera y la protesta por un mundo feo, encontrábamos en el seno del Neblina una complicidad rayana en la empatía.

 

 

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
Todavía no tienes una cuenta? Regístrate ahora!

Entra a tu cuenta