La caza de almas

   

Samarcanda

 

´87

426

             

 

Existió una creencia durante los albores de la fotografía, allá por el siglo XIX: a quien resultaba captado en una instantánea se le robaba el alma, que quedaba así atrapada en la fotografía[1].

Hace mucho que esto ya nos parece basado en una concepción arcaica, sin civilizar… pero su valor metafórico, lejos de haber desaparecido, parece que se va agigantando con el paso del tiempo. En este sentido, a día de hoy podría decirse que se ha hecho extensivo a las filmaciones y/o las retransmisiones televisivas… Poniéndolo en relación con la afirmación de Andy Warhol acerca de los 15 minutos de fama y actualizándolo a la televisión digital, el cine, los infinitos formatos de vídeo… puede concluirse que el ser humano actual ha perdido definitivamente el alma[2].

De lo que se trata aquí es de que, basándose en la antedicha creencia sobre la fotografía, le adjudicamos a una iniciativa muy propia de los ’80 el título de La caza de almas. Recorrer bares de Samarcanda cámara de fotos en ristre, con la intención de capturar los mejores momentos de la emblemática y mítica noche maracandesa, cuya fama en aquella época ya trascendía fronteras.

CONTENIDO DEL PANFLETO REPARTIDO ENTRE LOS DIFERENTES LOCALES, INVITÁNDOLES A PARTICIPAR

“Conscientes de lo efímero de la vida nocturna maracandesa que habitualmente sólo dura una noche –trágicamente olvidada a la mañana siguiente en la mayoría de los casos– hemos decidido de una vez por todas situar en las mentes de los noctámbulos las rocambolescas imágenes que a menudo se desarrollan en los bares que son nuestra senda habitual.

Por lo cual dedicaremos todos nuestros esfuerzos a haceros recordar aunque sólo sea una de esas infinitas noches.

¿Que cómo lo haremos?

Sencillo: Durante una marathoniana sesión que celebraremos la tarde-noche del 3 de diciembre… a la luz de los viciados candiles de los antros respectivos: dispararemos reiteradamente nuestras cámaras fotográficas con el objeto de inmortalizar esa tarde-noche.

Para captar con la máxima naturalidad las personas, ambientes, actitudes y formas de comportamiento de la fauna y flora que habita los bares, necesitamos licencia para desenvolvernos por todos los rincones del local y alrededores.

¿Qué ofrecemos?

– Un nutrido grupo de fotógrafos experimentados y ayudantes, que garantizan la buena calidad de los productos obtenidos: un grupo máximo de seis o siete personas desarrollarán la labor.

– Publicidad previa a la movida en radios, periódicos y paredes de la ciudad, así como tablones de las facultades.

– Exposición fotográfica posterior en todos los bares del itinerario (fotografías de tamaño 30x40 blanco y negro), que constará de al menos 10 fotografías que pasarán a poder del bar. Dicha exposición tendrá lugar a partir de dos o tres semanas después del 3 de diciembre.

– Posibilidad por parte de los clientes para tener copias de las fotografías, si así lo desearan.

¿Qué pedimos?

Copas no, desde luego, que cuando trabajamos no bebemos.

– Aportación económica de 60 € por local, destinados a cubrir los gastos de material fotográfico y publicitario.

– Buena disposición y amabilidad para facilitar la tarea de los artistas en la toma de fotogramas.

CON BUENAS INTENCIONES POR PARTE DE TODOS LOS INMERSOS EN LA MOVIDA, SE PASARÁ UNA TARDE-NOCHE AGRADABLE CON POSIBILIDADES DE REPETIR EN FUTURAS OCASIONES SI OBTENEMOS EL ÉXITO ESPERADO”.

La idea partió de Valentín Hermano y Nini Resús, a la sazón del ’87 compartiendo inquietudes artísticas en Tashkent… La puesta en práctica de dicha propuesta aquel 3 de diciembre del ’87 contó con mi colaboración y la de alguna otra persona casualmente añadida[3]. Previamente se había pactado con los dueños de los locales que parecían más propicios o proclives a participar, así como accesibles o fotogénicos.

Una “caza de almas”, docudrama de ambientes selectos ya perdidos para siempre. Una noche única y loca. Locales repletos, focos sorprendentes y un resultado histórico. Se anunció previamente con carteles, con el fin de que el asunto sirviera como reclamo y advertencia para la asistencia de clientela… el texto de los mismos decía:

“La más espectacular ‘caza’ de este siglo. El día 3 de diciembre, jueves, durante la tarde y noche, armados de sus cámaras dispararán sobre toda alma que se ponga a tiro de objetivo… las almas así atrapadas en el celuloide serán obligadas a una eterna permanencia en él.

Los lugares abajo indicados serán objeto de batida aquel día, dejando los demás para posteriores ocasiones; la relación de lugares es:

Plátanos, Tierra de pájaros, Escaleras, El saloon, Neblina, Octaedro, Anillos y El muelle de Manolo.

Lo que se hace saber para el buen gobierno de los seres que pululan por esta ciudad y bla, bla, bla…

Firmado: los cazadores de almas”

Aunque no hiciera ninguna falta, porque el lleno estaba garantizado. En general se trataba de locales en los que no cabía un alfiler a determinadas horas. Resultaba indiferente que no fuera fin de semana. El jueves era para muchos clientes el mejor día de cara a las copas, sin tanta aglomeración.

Fuimos un equipo de 5 ó 6 personas que al llegar a cada uno de los locales correspondientes teníamos carta blanca para evolucionar a nuestro antojo, sin límites… Con la cobertura técnica necesaria, así como la colaboración de los camareros. Nini Resús y Valentín Hermano disparaban, yo sujetaba las antorchas de iluminación y Araceli Denow, junto con alguien más que no recuerdo, completaban la logística de traslado de aparataje. Carretes, cámaras y toda la parafernalia que en aquella época se necesitaba… aún no existía la fotografía digital.

Ya puede imaginarse fácilmente que cada local nos ocupaba un mínimo de media hora de tiempo. Una vez sobre el asunto, aquello era una fiesta de disparos en la incomparable reserva, cazando almas que gritaban eufóricas al ritmo de la música y los flashes… Participando de la orgía de imágenes irrepetibles que significaba una noche cualquiera en semejante entorno.

La espontánea complicidad del público, la inspiración alcohólica y el carpe diem hacían el resto… La tarde-noche resultó inolvidable. Más de cinco horas de sesión fotográfica. Sobre la marcha fuimos incapaces de resistir la tentación y añadimos como mínimo un par de locales que no estaban programados: Brumario y el Orfebrería.

Creo recordar que el número final de imágenes estaba en torno a las 3.000: aquello, claro, técnicamente era un trabajo ímprobo que realizaron Valentín Hermano y Nini Resús en el laboratorio que éste tenía en Tashkent. Casero, pero efectivo.

Aunque La caza de almas se realizó en blanco y negro, eso no desmereció el conjunto en absoluto… Antes bien, lo recubrió de una pátina mítica que acabó por convertirlo en un clásico. Según lo pactado con todos los dueños de los locales previamente avisados, a cambio de los 60 € que aportaron se le entregó a cada uno una generosa cantidad de copias en papel[4] con las que se organizó exposición en los garitos que así lo deseaban.

Las imágenes resultantes de aquella noche irrepetible salieron por los aires, como la metralla de una explosión artística que llegó hasta infinitos rincones. Sólo las exposiciones de los bares fueron cuatro o cinco, creo recordar… ya resultaron una notoria onda expansiva.

Quizás el hecho de que no volviera a repetirse hizo que jamás se convirtiese en mito y costumbre. Sobre todo por celos de aquéllos que se habían apuntado previamente hacia los que improvisamos. A pesar de todo, quizás aún anide en las memorias de quienes tuvieron oportunidad de presenciar La caza de almas.

Todas las fotos se perdieron para cualquier posible reproducción en cualquier posible formato… que yo sepa. Quedaron en el almacén de Nini Resús. Jamás llegué a ver sino las que repartimos por los locales.

Recuerdo algunas, inmortalizadas por mi retina. Como si mis ojos hubieran tenido en su día la capacidad de traspasarlas hasta la plata de mi memoria… Aunque a día de hoy sólo sean ya ceniza que se deshace entre los dedos, como tras un incendio.




[1] A principios de los ’80 decidí ser primitivo: no dejarme hacer fotos, por si acaso con ellas me robaban el alma. Ahora he decidido ser desalmado: me dejo hacer fotos para que con ellas me roben el primitivismo.

[2] Pero el alma en sí misma es una metáfora. Esto nos llevaría al ámbito de la patáfora (parafraseando a Marcel Duchamp, sería la metáfora de la metáfora). Conlleva el riesgo de perdernos en un territorio ciertamente interesante, pero tangencial al caso.

[3] Araceli Denow, una chica pusilánime que había estado viviendo como pupila en casa de mis vecinos, por ejemplo.

[4] Contactos, copias 13x18 y alguna ampliación.

 

 

Sonido

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