La pelota verde

Recreativos

 

Kagan

´70

´73

847

             

Al lugar yo lo tenía idealizado, en mi memoria aún flota entre una neblina amarillenta que le otorga una pátina dorada de la cual seguramente carecía. Probablemente fuera la luz del sol entrando por sus ventanas y a la vez iluminando el ambiente, con toda seguridad teñido de nicotina. Recuerdos inconexos porque pertenecen al par de veces que estuve, no más.

Yo tenía entonces 7 años y el lugar quedaba en una plaza incluida en el itinerario de vuelta a casa desde los Franciscanos en Kagan, mi pueblo. Algún motivo secundario hizo que me acercase por allí: recuerdo que la entrada al salón recreativo que llevaba el nombre de La pelota verde eran unas escaleras de piedra que le otorgaban una majestuosidad que seguramente no tenía ni se esperaba de él.

En realidad, no se trataba más que de un local lleno de billares, futbolines y alguna que otra máquina tipo Petaco: ahora lo comprendo pero entonces me parecía otra cosa. Lugar de ocio, que le llaman, repleto de amarguras vitales buscando una vía de escape, más que un sitio donde expandir el espíritu o recrearse, sin duda.

Muchos años más tarde frecuenté lugares similares, pero con otro ánimo y viéndolos por tanto de manera tan distinta que me parecían otra cosa aunque en realidad se tratara de lo mismo: una sala de recreativos.

Cuando yo subía aquella interminable cuesta al volver de clase, miraba de hito en hito La pelota verde como si se tratara de un santuario o un lugar de culto para rendir pleitesía a algún dios de religión desconocida… así es la mente de los niños, que idealiza lo más insospechado hasta hacer de ello otra realidad distinta, imposible de concebir para mentes educadas en lo que es la realidad real. La mayor magia del asunto procede de que el niño que así actúa es ignorante de prácticamente todo, lo que le otorga un poder infinito: precisamente, el de convertir en mágica la realidad cotidiana.

Y La pelota verde allí, impertérrita… me iba viendo crecer poco a poco.

Los soportales cercanos bajo los que pasaba yo en mi itinerario cotidiano, desde los que podía contemplarse la entrada de La pelota verde, fueron testigos del primer chiste erótico que recuerdo: un diálogo entre dos personajes, uno masculino y el otro femenino. Ella accidentalmente le veía el sexo a él y le decía: “Eso que tienes es un poco antiguo… nosotras, las más modernas lo tenemos empotrado hacia dentro”. Lo contaba alguien de la pandilla con la que volvía yo acompañado hasta casa, seguramente mayores y más pícaros, sin duda. A mí como chiste no me pareció gran cosa, aunque sí sabía de las diferencias anatómicas entre los sexos por algún juego entre niños y niñas que habíamos experimentado como exploraciones a escondidas… pero la metáfora entre un armario y un sexo no me pareció excesivamente hilarante.

No sé por qué en mi memoria quedó asociado el chiste con La pelota verde, que añadió así un elemento diferente a sus características. El conjunto quedó completo cuando otro día, en otra parte del mismo camino, en una farmacia… pusieron como decoración una inmensa esfera en el escaparate: era de cristal y su interior estaba lleno de un líquido rojo que venía a conectarlo todo en mi mente infantil, tan mágica como misteriosa.

 


 

 

 

Sonido

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