Alfalfa

Restaurante

 

Samarcanda

´83

´86

 785

             

Era un local modesto, sin pretensiones, que en aquella época estaba junto a la Facultad de Derecho: acondicionado para ser un restaurante casero, casi familiar. Ni la disposición de las mesas ni la distribución del espacio permitía mucho más, puesto que resultaba casi incómodo acceder al interior; puerta estrecha y pasillo largo hasta llegar a la barra, que era pequeña, casi inexistente. La única función de aquella barra, a diferencia de las de los baretos que ejercen como tales, era recibir a los comensales y dirigirles hacia los pisos superiores, donde se encontraban las mesas.

Alfalfa tenía esta personalidad, casi pidiendo perdón por existir: no en vano fue uno de los primeros restaurantes vegetarianos de Samarcanda, si no el primero. Quizá por eso entrar en él parecía más una declaración de principios que otra cosa; como reivindicando un mundo alternativo que entonces, allá por el ’85, resultaba estridente por no estar a la moda. Digamos que la Samarcanda tradicional lo miraba por encima del hombro y con cierto desprecio, por atreverse a poner en duda las tradiciones que otorgaban la personalidad universalmente reconocida a aquel rincón inigualable del universo.

“Pero, ¿quién se pensaba que era aquel tugurio para venir a romper tradiciones milenarias?” A buen seguro que estos pensamientos llenaban las mentes de quienes se creían en posesión de la verdad, siempre única para según qué parámetros del mundillo establecido. Y sin embargo, el paso del tiempo fue consolidando aquel rinconcito. Porque empezó a ponerse de moda la vida sana, la alimentación libre de hormonas y lejana al carácter animal, así como tantas otras costumbres alimenticias de aquéllas que reivindicaba Alfalfa.

Pero no sólo eso: para quien entraba allí por casualidad o eventualmente, se respiraba también el ambiente familiar típico de un lugar en el que los parroquianos comparten algo más que unos gustos musicales, gastronómicos o estéticos. Quizás incluso algún cliente llegara a asustarse, pues si su única intención era comer… podía llegar incluso a sentirse desplazado, ajeno: en condiciones extremas, incluso excluido.

Como quien entra por equivocación en una reunión de alguna secta… o en una casa de putas, sin querer. Alfalfa era un sitio en el que se podía comer de forma sana, barata y agradable; también quedaba en la trastienda de la mente una sensación militante, como si con tu presencia hubieras contribuido a algo más que al mantenimiento de un negocio.

En realidad Alfalfa era un pequeño despertar de la conciencia, venía a recordarte que vivir es algo más que sobrevivir: es tener en la recámara un plus energético que te permite en cierto modo modificar el mundo que tienes alrededor, en el que te ha tocado vivir. Si tú no lo cambias, alguien lo hará en tu lugar.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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