El minino oscuro

Whiskería

Kagan

´70

´71

 783

 

             
                       

Aunque nunca llegué a entrar, sí que recuerdo haber estado en los alrededores, cerca de la puerta, curioseando acompañado de algún compañero de clase de los Franciscanos de Kagan, porque El minino oscuro estaba un poco alejado, pero en mi camino cotidiano de vuelta a casa desde aquel colegio.

Por lo tanto, yo tendría aproximadamente 7 años cuando tuvo lugar aquella excursión que era más bien un rito iniciático; porque El minino oscuro era una whiskería, con todo lo que esto significaba en los años ’70. Un puticlub, vamos. Pero claro, yo ni siquiera sabía entonces lo que era el sexo… y mucho menos tenía ligero conocimiento del mundo que se movía y aún se mueve a su alrededor.

Así que imagino que yo iba acompañando a mis colegas de curso de educación Infantil-Primaria, alguno sin duda mucho más avezado que yo en aquellas lides. Íbamos por aquella cuesta pronunciada y ascendente, como quien pretende coronar una cima, a pesar de que se trataba sólo de un local que estaba en pleno centro urbano… un poco a las afueras, claro, por aquello de no tenerlo cerca de ninguna iglesia: la doble moral, casi triple…

Era de día, aunque no había sol: eso sí lo recuerdo. Parecía una casa normal, algún cartel indicador habría, pero eso se ha diluido en mis neuronas. La entrada era de color azul oscuro, una puerta de garaje que a mí me pareció gigantesca. Un poco era la decoración adecuada, porque iba en consonancia con lo que ante mí se presentaba: una dimensión ignota, territorio desconocido que sin saber aún por qué, mi mente asociaba ya entonces a la antimateria, los agujeros negros o cualquier otra cosa que se escape al conocimiento humano, pero éste pretenda aprehender.

En aquellos días para mí era sólo una intuición, claro, nada que ver con semejante terminología. Pero a pesar del paso de los años, El minino oscuro sigue en mi cabeza asociado a esa idea: algo que escapa al entendimiento humano, a su control, que tiene vida propia en una dimensión diferente a todas las conocidas.

En definitiva, el misterio: en este caso, asociado al sexo y al deseo. Deseo de conocer más, simplemente de eso… una atracción atávica, irracional. Nada que ver por tanto con ese otro misterio, matraca tan cacareada a todas horas desde el púlpito o cualquier otro lugar ya a aquella edad temprana: el misterio de la religión y la divinidad, que a fuerza de escucharlo venía a producir un empacho similar a la alergia… incapaz de ser soportado por cualquier paladar.

En definitiva, con el tiempo he comprendido que precisamente quienes a la luz del día se llenaban la boca de dioses y misterios divinos, a la noche acababan recalando en El minino oscuro como antídoto, para llenarse la boca de agujeros negros o cuartas dimensiones adivinadas entre alguna ropa interior. Un salto en el espacio del alma, un túnel del tiempo entre lo que los adultos llamaban decencia y lo que denostaban con el apelativo de vicio… y al pronunciarlo, involuntariamente, se les escapaba un poco de saliva: porque babeaban.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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