Váter

Bar

 

Samarcanda

´83

´83

984

             

Me parece que sólo lo vi una vez, pero realmente era tan cutre como un váter. Pobremente iluminado, tonos ocre y gris como pintura y decoración de un local que gracias al blanco adquiría verdaderamente la apariencia de un váter de estación de autobuses de la época: sin personalidad ni aspecto de bar, más bien parecía un lugar donde se daban cita los desechos. Por otra parte era lo que pretendía, porque circulaba entre el ambiente nocturno de aquella época (sobre el ’83 más o menos) como un lugar reservado al género punk de las bandas urbanas.

La verdad es que la ocasión en la que estuve en el Váter, descender por las escaleras que daban lugar a la entrada me dio la impresión de entrar en el mundo del alcantarillado. No estuve mucho rato, iba acompañando a Valentín Hermano: alguna búsqueda nocturna por su parte nos llevó hasta el Váter, pero no nos quedamos. Salir de allí me produjo una sensación de alivio difícil de describir, porque no se refería a ningún peligro concreto sino a la intuición abstracta de una amenaza inmaterial, inexplicable.

Un par de años más tarde todo aquello cambió radicalmente; el Váter pasó a ser el Plátanos y de la misma manera que cambió su nombre, se modificó mi relación con aquel antro. Pasó a ser mi cuartel general: en el Váter-Plátanos tuvo lugar la materialización del cambio profundo en mi manera de relacionarme con la noche maracandesa. Paralelamente, también cambié de estudios: pasé del Derecho a la Filosofía. Estos planos superpuestos dan una idea de lo radical que fue el giro en el rumbo de mi vida.

¡Quién iba a decirme aquella noche del ’83 en la que entré en el Váter que saldría de alguna forma avisado de lo que me esperaba allí dentro, en el futuro! Una especie de heraldo en mi trayectoria vital, pues aunque posteriormente seguía siendo la misma materia con la decoración cambiada, el Váter había sido testigo de mi bautismo nocturno. Y análogamente, de la misma manera que posteriormente el Plátanos metamorfoseó su identidad con la llegada de Facundo Plátanos y los Hombres G, dejándome huérfano… supongo que mi presencia supuso también a su vez y a su manera para los anteriores frecuentadores del Váter, que debían de ver en nosotros y El último de la fila una especie de gazmoñería existencial que nada tenía que ver con sus dominios.

Por lo tanto el Váter permanecía en su esencia equívoca… y yo tuve la oportunidad de contemplar los tres estadios que por edad me correspondieron. Supongo que más tarde habrá continuado evolucionando, acorde con los tiempos para buscar el beneficio empresarial, que es de lo que se trata, ¿no? Ésas eran las tareas del Torcido, como gestor de aquel tugurio singular, de ellas vivía. Pero aquel Váter, ya imposible por el devenir histórico de las corrientes, las modas y las gentes, permanece en mi memoria como un pequeño rescoldo, anticipo del incendio que como Plátanos llegaría a inflamar mi existencia algún día.

El Váter era un precursor de mi futuro, pero no soy adivino… por eso de aquel día sólo conservo una especie de guiño, como si hubiera entrecerrado uno de los infinitos ojos que posee un bar, porque alberga las miradas de todos los que alguna noche han vagado con sus ojos por ese horizonte sin luz.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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