Lucas

Las Vegas

Samarcanda

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Casi como el ginecólogo, de quien se dice que lo suyo es trabajar donde otros se divierten: así era la dedicación laboral de Lucas Las Vegas, aquel hombrecillo al que siempre encontrábamos en los recreativos, a todas horas. Era el encargado de facilitar cambio a los clientes, pero no desde una cabina a la que hubiera que dirigirse, sino que era una especie de embajador volante con su monedero colgando en la cintura; también había máquinas que se encargaban de lo mismo automáticamente, pero había gente que no llegaba a tanta habilidad o prefería el modo clásico, el trato humano.

Además había otras funciones que Lucas Las Vegas tenía que ir combinando con aquello, como vigilar que cualquier deficiencia en las máquinas, tragaperras o no, fuera solucionada adecuadamente. En otras palabras, Lucas Las Vegas estaba casi de “chico para todo” entre aquellas paredes, porque en cuanto había algún tipo de conflicto acababa recalando en sus manos.

Ya se sabe que en el mundo de los recreativos, al menos entonces, sin Internet, habitaba una fauna peculiar y problemática… muchas veces sin pretenderlo o de rebote: un poco por el dinero que se movía por allí y otro poco por el matiz de malditismo que suele asociarse al usuario de estos lugares. Cuando no es ludópata, vago o evasor de obligaciones: hasta ese punto la educación de tantos y tantos años machacando el cerebro, llega a convertir en complejo de culpa los escasos momentos lúdicos de que uno puede disfrutar en la vida… al menos mi cabeza funcionaba así.

Cuando yo llegaba al Las Vegas 100 y veía a Lucas Las Vegas al pie del cañón, tenía la sensación de que todo estaba en su sitio; aunque eso significara un mundo feo y conocido, me daba una cierta tranquilidad que a mí me exasperaba, paradójicamente. Por lo general yo iba como acompañante de Satur MOPA, quien utilizaba el Las Vegas 100 como forma de evasión y desconexión mental de su bar, al que le ligaba la obligación familiar constante: como una condena a perpetuidad, inevitable. Para eso, claro, utilizaba el dinero que poco a poco iba sisando a la caja registradora del bar de sus padres; al llegar hasta el Las Vegas 100, para Satur MOPA ver a Lucas Las Vegas era como volver al paraíso conocido. Guiño de complicidad y a gastar sin miramientos: videojuegos, tragaperras, lo que fuera. Lucas Las Vegas nos miraba con cierta envidia, pues veíamos su cárcel con otros ojos; desde nuestra perspectiva era otra cosa.

Sus días inagotables se alegraban un poco gracias a la presencia de nuestras tonterías adolescentes, pero nada más. Con el gesto risueño no podía ocultar una desazón difícilmente explicable, casi existencial: Lucas Las Vegas era un pobre hombre que con toda probabilidad no había conseguido un trabajo mejor porque no valía para otra cosa… pero manejaba tanto dinero a lo largo del día que sentía la riqueza como un espejismo inalcanzable. Hasta la punta de sus dedos llegaba el dinero, pero no se quedaba.

Lo peor de todo es que cuando salía del trabajo, Lucas Las Vegas estaba condenado a divertirse de mil maneras, pero ésa le estaba psicológicamente vedada. Su cerebro ya funcionaba así inconscientemente, estaba exiliado de cualquier sala de recreativos porque pasaba cada día un montón de horas esclavizado por la diversión ajena.

Chalequito amarillo y camisa celeste con el nombre del establecimiento bordado: uniforme que no era capaz de ocultar ni disfrazar la desesperación de Lucas Las Vegas, aquel hombre incomprendido y condenado. ¡Qué falta de empatía la que ostentábamos todos los clientes al hablar con Lucas Las Vegas!

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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