Satur

MOPA

 

Samarcanda

´80

´87

957

             

 

La afinidad que nos unía a Satur MOPA y a mí iba más allá de aficiones comunes, que existían pero para mí eran sobre todo una toma de contacto con aspectos de la realidad para ver qué tipo de respuesta obtenían de mi persona: algo así como experimentos que yo hacía conmigo mismo para descubrirme en función del resultado. Todo esto era inconsciente, intuitivo… pero encontraba en Satur MOPA un aliado, un compañero de viaje en aquella excursión de adolescencia.

Uno de los factores más importantes para ello era que Satur MOPA se pasaba prácticamente todo el día disponible para charlar, porque su jornada era completa: desde las 8 de la mañana hasta casi las 12 de la noche o incluso más tarde cuando el buen tiempo acompañaba, Satur MOPA estaba tras la barra del bar Javi, un lugar estratégicamente situado justo a la salida del portal de la casa de mis padres, donde yo vivía. Así que durante muchos años, casi 15, era el inevitable paisaje que decoraba mi horizonte en cuanto yo salía a la calle.

Satur MOPA y yo intercambiábamos opiniones y confidencias, hablábamos de cualquier tema y fumábamos con una complicidad rayana en la amistad. Bien es cierto que nuestros temas fueron inquietudes comunes durante el tiempo en el que estábamos (cada uno a su manera) descubriendo la vida, sus resortes y funcionamiento. Pero también lo es que a medida que fuimos creciendo se fueron diferenciando más y más nuestros mundos, hasta que allá por el ’85 acabaron separándose definitivamente… aunque se trató de un proceso lento, paulatino.

Primero fue mi salida por la tangente que suponía la Filosofía, gracias a la que fui descubriendo mi inclasificable vocación vital; más tarde el hecho de que mis padres cambiaran de vivienda debido a factores no deseados y por último el hecho de que mi trabajo me alejara de aquel horizonte acabó diluyendo una figura que llegó a ser para mí un referente.

En Satur MOPA yo veía una especie de alter ego, algo así como un yo alternativo al mío… otro yo posible. Nos parecíamos físicamente, ambos gordos y feos; nos diferenciábamos económicamente, él con posibles y yo sin un duro. Pero Satur MOPA aprendía conmigo y no le importaba compartir lo que tenía a cambio de mi compañía. Más bien resultaba una buena excusa para aquella simbiosis, pues era una especie de aliciente que nos permitía continuar aquella amistad. Fundamentalmente nos divertíamos, fuera con el alcohol, el cine, las tragaperras o el intelecto: cualquier material era bueno para pulirlo en la cantera, para que deviniera joya.

Las horas volaban durante un aprendizaje que parecía no terminar nunca. Al igual que yo, Satur MOPA también empezó a estudiar Derecho, algo que por mi parte abandoné bien pronto pero Satur MOPA continuó hasta el final, creo. No era muy bueno con los estudios, pero él se negaba a continuar con el proyecto de sus padres, aquel bar emblemático que le parecía una encerrona: una cárcel. Supongo que finalmente conseguiría licenciarse y lograr algún trabajo relacionado, por escaso que fuera: sus ambiciones no iban por el lado material de la vida, más bien buscaba una felicidad sentimental que –como las chicas– con reiteración se le negaba. Ambos aprendimos de aquella época de ilusiones compartidas y descubrimientos comunes, aunque separados: su forma de aprendizaje nada tenía que ver con la mía, aunque fueran compatibles y combinadas llegaran a resultar divertidas.

Es probable que en la memoria de Satur MOPA toda aquella época esté archivada de forma gratificante, al igual que ocurre en la mía. Ahí donde el tiempo desaparece, las vivencias quedan suspendidas en un espacio que no es la Nada, pero tampoco el vacío. Por esa dimensión ignota se desplazan nuestras risas de aquellos días: sin moverse, pero dinámicas. Flotan al igual que entonces lo hicieron nuestras ilusiones por un futuro tan incierto que resultaba imprescindible vivir para descubrirlo.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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