La de Jairo Fanática era sonrisa fácil. Afloraba con frecuencia a su rostro, casi a cada instante si la conversación era mínimamente ocurrente o creativa. Jairo Fanática premiaba con la risa a su contertulio. Era su manera de reconocer la valía de contenidos que a él jamás antes se le habían ocurrido.

Claro, al reír casi constantemente daba a entender la vacuidad de su cabeza… para la que todo resultaba ocurrente, interesante y nuevo. De alguna manera era la plasmación conversacional de una verdad hasta ese momento sólo intuida. Su apariencia de niño pijo (coleta, brillantina, cuero) complementada con su perfil académico conocido^[1] ya no dejaba lugar a dudas.

Jairo Fanática era un buen chaval que había caído por casualidad en la Facultad de Filosofía. Pero allí no había un consejo de sabios ni nada parecido. Así que le aceptamos igual que se hacía con todos nosotros, cada uno con sus infinitos defectos.

Había sitio para todo el mundo. También para quien resultó ser su complemento ideal: Poppy. Recuerdo la cara de embeleso de ambos, recostados sobre la pared del Plátanos. Cada uno con una cerveza en la mano. Follándose a los ojos como sólo saben hacerlo los humanos. Un toma y daca que iba más allá de la materia: hacia universos que sin duda compartieron lejos de la sabiduría.