Poppy 

Mûynoq

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Voluntariamente se hacía llamar de la misma forma con que entonces se denominaba a las tarjetas de felicitación prefabricadas: las “poppy cards”. Sin duda era toda una declaración de principios, una forma de definir su territorio en el mundo. Poppy no ocultaba su condición de pija de ninguna manera, más bien hacía de ella un alarde, una militancia. Algo así como una esquirla de insulsa realidad insertada en el mundo de la filosofía. Su intento chirriaba. Pretendía compatibilizar el perfil insustancial y superficial, que siempre se asocia al pijo, con el trasfondo trascendente que suele tocarle al filósofo en el reparto de tópicos.

Ser de Mûynoq no la convertía en especialmente sospechosa de ser una “infiltrada”, aunque tampoco lo contrario. Tratar con Poppy me transmitía una sensación dual. De una parte me acercaba a la realidad misma, lo que para un filósofo siempre es un buen ejercicio de humildad… un lastre que le ayuda a poner los pies en la tierra. De otro lado, reconciliaba con el mundo en general el espíritu crítico y exigente que me caracterizaba. Poppy, ingenuidad perversa. En condiciones normales te miraba como si te la estuviera chupando.

En otras palabras, era una tentación de superficialidad. Casi una forma de asomarse al vacío de una concepción del mundo basada en la materialidad.

Cuando estaba con Poppy, ella me recordaba y acercaba a todo eso. Como sin pretenderlo ni evitarlo. Puede que uno de los factores clave para el conjunto fuera la recíproca curiosidad. Un pijo se preguntaba cómo follaría un filósofo, de la misma manera que a los filósofos nos intrigaba cómo sería eso de follar cuando se agota en sí mismo, sin mayor trascendencia[1]. Y Poppy estaba a caballo entre los dos mundos. Circulando intelectualmente en el mundo de la filosofía, pero siendo la frivolidad algo fundamental en su tiempo libre. Quizá fuera su particular forma de encontrar el equilibrio. De hecho, su “cuartel general” para ir de copas no era ninguno de mis santuarios al uso, sino que era La salina, el centro pijo por excelencia. Alguna vez estuve[2] pululando por aquel antro, rebosante de estudiantes de Derecho o de cualquier otra Facultad que no requiriese de espíritu crítico, sino sólo memoria para licenciarse.

La sensación era de visceral rechazo, de incompatibilidad recíproca. Simplemente la música que acompañaba semejantes veladas ya me resultaba una estridencia intelectual. Lo demás casi venía por añadidura. Sin embargo aquel era el mundo natural de Poppy, aunque resulte inverosímil que pudiera hacerlo compatible con el de la filosofía. Hablar con ella de cualquier tema, incluidos los filosóficos, era garantía de carcajada. Era una chica de risa fácil, lo que inconscientemente hacía presagiar cierta promiscuidad[3]. Aunque por lo general las conversaciones con Poppy eran superficiales e intrascendentes, alguna vez me sorprendió con ideas innovadoras: he de reconocerlo.

En cierto sentido representaba una tentación, la búsqueda del descanso en el universo siempre fatigado del pensamiento. Pero también daba vértigo adentrarse en aquel universo tan desconocido como repelente, no nos engañemos. El miedo de no poder dar marcha atrás y descubrirse cayendo en el abismo sin fin que representa la vida que tienen los pijos. Tan llena de urgencias y plazos como vacía de cuestiones importantes.

Poppy era una cuña de realidad, presta a hacer saltar en pedazos el universo del pensamiento hasta convertirlo en añicos de ese espejismo que alguna vez nos ha parecido la realidad real. Aunque sólo se trate en realidad de sueños que pretenden tomar carta de ciudadanía.

Quizá por todo esto su trato resultaba amable, aunque superficial. Sincero, aunque vacío. Alegre, aunque insulso. Tentador, aunque desechable.

De todos los tonteos estilo adolescente con los que Poppy lidiaba en la Facultad, el de más serio futuro fue el que tuvo con Jairo Fanática, cuyo perfil se parecía bastante al de Poppy. Superficial y guaperas, aquel chaval era la llave que encajaba en su cerradura. Al menos desde fuera así lo parecía. Las miradas que se prodigaban venían a apuntalar esta idea. Se follaban con la vista en sus encuentros públicos. Así puedo vaticinar que si con alguien de la Facultad llegó a tener trato carnal Poppy, fue con Jairo Fanática. Quizá también lo tuviera con otros, pero en estos casos no pasaría de ser un desliz por ambas partes. O la satisfacción mutua de una curiosidad recíproca, irresistible.



[1] El tan mítico e idealizado “polvo superficial”.

[2] Sin disfraz ni nada.

[3] Véase la archiconocida teoría que establece un paralelismo entre la risa en la boca femenina y su predisposición a la apertura de otros labios. Una de las favoritas de Alejandro Marcelino BOFE… Sólo enunciarla ya le ponía cachondo.

 

 

 

 

Sonido

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