Violeta |
Yankee | Estados Unidos | ´97 | ´99 | 982 | |
Como un cometa errante vagando por el Universo que al acercarse a un planeta fuera percibido por los habitantes del mismo, así tuvo lugar la aparición de Violeta Yankee en la vida de Felipe Anfetas. Ninguno de los dos tuvo esa sensación por hallarse inmersos ambos, cada uno por su parte, en sus respectivos universos particulares. A mí me tocó, por una de esas casualidades que tiene la vida, asistir al proceso igual que un astrónomo contempla los fenómenos celestiales: aunque le queden muy cerca, no se implica porque sólo observa. Pero en mi caso era una observación participante, puesto que al tratarse de algo humano y ser yo el asistente, allí no se trataba de Astronomía sino de Antropología.
Así que la llegada de Violeta Yankee significó una pequeña revolución copernicana en la vida de Felipe Anfetas y por contacto (refiriéndose a la magia, sería el término más adecuado para nuestro caso antropológico) también me llegó a mí. El asunto de conocerse Felipe Anfetas y Violeta Yankee estaba basado en el esquema típico utilizado por los buitres: extranjera que llegaba a Samarcanda con ansias de aprender una cultura nueva y el macho de turno ofreciéndose a hacerle la visita guiada por esa cultura… pero con la llave en la cerradura. “Tú ven, que yo te lo enseño todo, también cómo se folla por aquí”, venía a ser el acuerdo que Violeta Yankee aceptó de buen grado y todo lo demás vino por añadidura: en el lote iba incluida la participación de Felipe Anfetas en La Tapadera y por lo mismo mi implicación en aquella especie de jolgorio cultural-sexual que se traía entre manos aquella parejita.
Por lo tanto yo era alguien que estaba por allí revoloteando y se prestaba amablemente a ofrecer cuanto estaba en mi mano por si lo quería Violeta Yankee: todo lo que fuera artístico, claro… lo carnal era el ámbito de actuación de Felipe Anfetas. Y Violeta Yankee participó en cursillos de fotografía y grabado, entre otras cosas que le gustaban y apetecían. Deambulaba por La Tapadera con la curiosidad de un entomólogo y el entusiasmo de la dedicación a lo recién descubierto, misterioso.
A Violeta Yankee yo le daba material de muchos tipos: una vez incluso le respondí a una entrevista que grabó en vídeo y ha debido de circular como curiosidad por aquellas latitudes de yankeelandia… yo, disfrazado de científico loco y parapetado tras una reja de madera (de las que decoraban nuestro puesto durante los mercados medievales), jugaba a decir verdades desde el fondo de un pozo metafísico pero semejante a la elevación de los estilitas. Muy pintoresco y entretenido, incluso divertido como puesta en escena de un papel improvisado, interpretándome a mí mismo.
Lástima que más tarde, cuando Violeta Yankee regresó a su vida normal en el imperio del capital, aquella aparición suya en la superficie del planeta habitado por Felipe Anfetas pasara a ser sólo un recuerdo. Yo me fui de Samarcanda y Violeta Yankee no volvió a saber nada de Felipe Anfetas: se separaron definitivamente, cada mochuelo a su olivo. El cometa errante que era Violeta Yankee siguió vagando por el Universo, pero por otras latitudes… no creo que haya vuelto a pasar cerca de la superficie del planeta de Felipe Anfetas. Aunque así lo hubiera hecho, yo ya no soy habitante de aquella corteza. De Violeta Yankee queda el recuerdo de alguien que seguramente no quería estar donde estaba, pero volvió.