Cigüeñal |
Bar |
Kagan |
´70 |
´74 |
952 |
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Lo cierto es que se trataba de un bar típico de un cruce de caminos, de encrucijada… que según la tradición suelen ser lugares en los que se aparece el Diablo. Pero yo era excesivamente pequeño para apreciar semejante matiz.
Para mí el Cigüeñal era simplemente una referencia visual durante mis trayectos por Kagan, caminatas eternas para unas piernas, las mías, que no llegaban a los 8 años de edad. Lo miraba de hito en hito cuando pasaba ante su puerta, pues a pesar de encontrarse en un lugar céntrico, bastante iluminado y transitado, me transmitía una sensación de oscuridad que más bien era metafísica, seguramente comunicada por sus cristales de color marrón oscuro. Mi cerebro no entendía qué podía significar aquel lugar, por qué existía ni qué podía atraer a la gente al interior de semejante paraje, que a mí me parecía de todo menos atractivo.
Todo esto era antes de llegar a entrar, cosa que hice sólo un par de veces, acompañando a mi abuelastro a comprar tabaco, creo recordar. Dentro del Cigüeñal había una iluminación natural y amarillenta, procedente de la luz solar penetrando a través de aquella cristalera ocre. La sensación que me quedó fue desangelada… quizá porque en ese momento estaba vacío y sólo la persona que atendía tras la barra parecía tener vida en aquel conjunto. A pesar de todo se respiraba un ambiente que revivo al recordarlo: parecía algo así como el lugar destinado a reconfortar almas atormentadas. Un alto en el camino de la cotidianidad constantemente torturada por el trabajo, la sociedad y la familia, que encontraba en el Cigüeñal una especie de refugio temporal antes de seguir adelante en aquella inevitable condena.
El Cigüeñal me parecía eso… o me lo parece ahora, cuando intento formalizar en palabras las sensaciones e intuiciones que desde la materia llegaron a mi cabeza de 7 años en aquellas ocasiones. Algo así como un campo de concentración vacío, en el que pueden masticarse las torturas que han tenido lugar en su interior, aunque en ese momento no haya nadie.
En este sentido, el Cigüeñal era una herramienta más de las necesarias para mantener el status quo. Puede que no fuera más que un negociete humilde al que mi cabeza le haya añadido todo esto, como buscando una idealización negativa: una vía de escape o una explicación a todo lo que ocupaba mi cabeza como mera especulación y que el tiempo ha venido a llenar con conceptos amparados por datos históricos conocidos sólo posteriormente…
Lo cierto es que oír hablar del Cigüeñal me provocaba hasta cierto punto un estremecimiento: supongo que originado en el hecho de que pueda llegar a normalizarse el sufrimiento; de que la sociedad pueda llegar a admitir como natural en su seno todo lo que aquello significaba de tragedia, sin llegar a estremecerse un ápice. De cómo puede llegar a aletargarse lo que sin duda alguna debería ser el germen del espíritu revolucionario.