Acantilado

Cafetería

 

Samarcanda

´79

´83

 611

             

 

Durante muchos años vi el Acantilado como un elemento más del paisaje que acompañaba mi horizonte al regresar a casa desde los Franciscanos: el Acantilado era un bar que hacía chaflán. Tenía fachada a dos calles y desde fuera podía verse una barra central, triangular, que hacía pico porque la entrada principal estaba justo en la esquina.

Este elemento ya era suficientemente llamativo para que mis ojos de niño se vieran seducidos por aquel interior verdoso y grisáceo, con la apariencia de ser un sitio formal al que iban los señores a tomar café. Yo no tenía siquiera 14 años y el Acantilado se presentaba ante mi vista casi como un monumento. Franqueado por un gimnasio, el edificio de una compañía de seguros y una nave de maderas y carbones con aroma exótico… Para mí el Acantilado constituía un universo tan admirable como misterioso.

Alguna vez llegué a entrar, seguramente arropado por mis padres… O algunos años más tarde, buscando alguna máquina de bolas, porque recuerdo la imagen del Acantilado visto desde dentro. Como si mis ojos hubieran tenido acceso a una dimensión de la realidad hasta entonces vetada para ellos.

No era más que una cafetería normal y corriente, pero el hecho de encontrarse en el itinerario de mi vuelta cotidiana hasta casa, hacía que lo idealizara sobremanera. Por el Acantilado, como por otros bares de la zona[1] circulaban gentecillas de lo más normal. En aquella época, seguramente también progres de todo tipo. Pero yo jamás llegué a verles como tales, aunque continué pasando por delante cuando ya estaba en el Instituto Tele Visión, pues quedaba cerca de la Librería Renato… allí donde yo iba con frecuencia para echar una mano atendiendo a los clientes. Una diversión útil que me permitía descubrir secretos relacionados con los libros.

El Acantilado ya sólo era una parte del paisaje, acompañado de bares con sardinas y rodeado de pintadas incomprensibles (“Hegel era más iconoclasta”) o incitadoras (“20 al Ana”). Me iba haciendo mayor y para mí terminaba un mito que sólo había estado en mi imaginación.




[1] Por ejemplo el Adolfo, entre otros.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
Todavía no tienes una cuenta? Regístrate ahora!

Entra a tu cuenta