Caballitos

Pub

 

Samarcanda

´97

´99

663

             

 

Cuando ya llevaba una buena temporada trabajando en Pepita, sus jefes trasladaron a Paloma Pepita a este otro bar, el Caballitos: desconozco el motivo que les llevó a tomar tal decisión, pero como suele ocurrir en los garitos cuya clientela está relacionada directamente con los camareros que la atienden, el traslado de Paloma Pepita supuso también mi cambio de costumbres.

A partir de entonces, sería aproximadamente a finales del ’98, no volví al antiguo establecimiento: me hice asiduo del Caballitos. Aunque tampoco era de esos plastas que están a todas horas dando la chapa hasta hacerse insoportables.

Nunca fui solo al Caballitos, sino acompañando a Felipe Anfetas: él era realmente el amigo de Paloma Pepita. Entre ambos había un vínculo que hacían extensivo hasta mí. Como forma de participar en su relación de amistad, que incluía[1] su pasión compartida por el teatro. Que Felipe Anfetas fuera por aquel entonces mi compañero de piso en Conde Drácula hacía que tuviéramos en común ciertas charlas relacionadas con la literatura, mi pasión por antonomasia. Así triangulaba el asunto intelectual con el Caballitos como contexto.

Al calor de algún que otro Southern Comfort tuvimos unas cuantas charlas a tres, arropados por el bar: la decoración del Caballitos regalaba una personalidad juguetona y jocosa. Caballitos de época, con toda la parafernalia propia de las ferias. Esto incluía ante todo mucha madera y también juguetes entrañables, que hacían al espíritu partícipe de inquietudes tan pueriles como envidiables. Por eso dominaba el panorama una iluminación cálida[2] dominada por el ocre de la madera y acompañada por el blanco, el rojo y el verde: lúdicos y animosos.

Las veces que nos animamos a hacer la excursión desde Conde Drácula hasta el Caballitos mereció la pena el rato: no sólo conseguí desconectar de la realidad cotidiana de La Tapadera, que empezaba a ser tan angustiante como frustrante… además conseguí un rato de animada charla artística. Durante alguno de aquellos ratos sin mayor pretensión ni trascendencia, al hilo de la conversación, solté una frase improvisada que gracias a la memoria de Felipe Anfetas se convirtió en resumen y emblema de aquellas veladas inolvidables y existenciales: “Todos somos suicidas en potencia”.

Aunque el Caballitos incitaba[3] a un vitalismo despreocupado, mi cerebro era capaz de sustraerse al influjo del entorno hasta ese punto: hasta llegar a considerarlo casi la antítesis de un tiovivo… un tío muerto. Así se puede comprender fácilmente que los ratos en los que disfrutamos de charlas y bourbon dejaron en mi ánimo una impronta de lo más interesante.

Quizás influido por todo aquello, cuando Felipe Anfetas algunos años después me pidió que escribiese un texto teatral que pudiera ser representado por Paloma Pepita… el resultado de exprimirme un rato el cerebro, el zumo de mi encéfalo salpicado con unas gotas de corazón fue El tiempo un espejo.

Sin duda el guiño juguetón que llegó hasta mi inspiración, repescado desde aquellos otros momentos ya lejanos, procedía de la personalidad del Caballitos. Una forma de demostrar que aunque parezca muy superficial, cercana a la fruslería: cualquier personalidad, incluidas las de los bares, alberga retazos de tragedia. Y es que el sufrimiento no es patrimonio de nadie, aunque muchas veces resulte inexpresable.




[1] Y ahí entraba en juego mi presencia como elemento catalizador.

[2] Que venía a combatir amablemente el frío exterior…

[3] Por decoración, ambiente y personalidad.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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