Cabrera

Bar

 

Samarcanda

´89

´97

339

             

 

El Escaleras era, por así decirlo, el hermano antigemelo del Plátanos. Casi compartían la entrada, con la diferencia abismal y emblemática de que para entrar en el Plátanos tenías que bajar, mientras que en el Escaleras lo que hacías era subir. De ahí le venían el nombre y el espíritu luminoso que lo habitaba. Era amplio y blanco. Era llegar al final de la escalera de entrada y encontrar la barra a la izquierda (justo después de las puertas de los lavabos) y todo el espacio del local diáfano, pero con algunos asientos. El Escaleras estaba pensado para pasar un buen rato gracias a la música de calidad que había siempre. Tenía espacio de sobra para bailar, pero la distribución también permitía la charla sin coreografías.

Era uno de esos bares que en la memoria uno siempre tiene asociados al camarero. Como si local y persona fueran uno solo, simbióticos. En el caso del Escaleras el camarero[1] era un chaval risueño, con una cabeza de apariencia enorme [2] y unos ojos azules que resultaban inquietantes. Aunque te miraba constantemente tenías la impresión de que no te veían.

Quizá el asunto tuviera algo que ver con los comentarios generalizados acerca de su afición a la farlopa, algo de lo que no puedo verificar la autenticidad. A diferencia del asunto de los porros, que en aquel entonces, finales de los ’80 y principios de los ’90: estaban a la orden del día, de la noche y de todo instante.

El Escaleras era un sitio muy amigable, con un ambiente muy parecido al del Plátanos, pero menos trasto, más bonachón. Como el camarero de ojos azules, al que jamás vi enfadado con nadie. En el Escaleras también volaban las horas. Resultaba fácil vivir la noche en su interior. A ello ayudaba sin duda la amabilidad de la atmósfera y del ambiente. Resultaba la demostración palpable de que la vida sólo es un soplo a cada instante.

Saber que el Escaleras estaba ahí, disponible y agradable en cualquier momento, otorgaba cierta seguridad psicológica en la noche. Como la que tiene un tahúr cuando siente el tacto del as bajo la manga. Para mí muchos días, que en ocasiones se prolongaban durante meses enteros, se quedaba así, sin pasar a mayores. Como una bala en la recámara, esperando su momento para ser disparada.

Estuvo incluido en La caza de almas. Entre los restos de aquella debacle eidética, de aquella deconstrucción visual, descansa sin duda el alma del Escaleras. Era, por todo y por tanto, uno de los lugares propicios en los que la noche nadaba a su gusto. Amparada por una oscuridad que nada tenía que ver con ese otro espíritu luminoso: el que entiende de músicas y alegrías sin mayores contratiempos. En este sentido cómplice. Sin carga peyorativa alguna, puede decirse que el Escaleras era un espíritu colaboracionista.

Con su actitud propicia llegó a convertirse para mí en un auténtico guardaespaldas, aunque no ejerciera constantemente como tal. El abrazo de su interior arropaba al espíritu estepario que todos llevamos dentro. Era la seguridad añadida a la incertidumbre de la noche. Algo así como un ángel de la guarda para mis sueños.




[1] Quizá fuera también el dueño. Jamás lo he sabido, pero tampoco me ha inquietado.

[2] A ello contribuía su pelo rizado y negro, al estilo de los Jackson Five.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
Todavía no tienes una cuenta? Regístrate ahora!

Entra a tu cuenta