California

Bar

 

Samarcanda

´84

´94

358

             

 

El California era grande, inmenso: casi parecía una catedral de la posmodernidad. Techos altos, espacios amplios. Estaba pensado para satisfacer necesidades puntuales, como eran las generadas por mucha gente en poco tiempo: su localización junto a los cines Van Damme hacía que se convirtiera en punto de referencia antes y después de entrar a ver la película de turno… con lo que esto significa para un bar. Tener “espíritu de aeropuerto”: un lugar que parece repleto y al momento siguiente está desierto.

Pero además el California tenía en su interior diferentes espacios, ambientes para elegir: desde mesas en las que tomar café o aperitivos pausadamente[1], barras generosas[2] o salones donde poder ver con tranquilidad la televisión o alguna película de vídeo[3]. Sin contar el sótano… en él había una especie de locutorio con varias cabinas, habilitadas con teléfonos para poder charlar en la intimidad.

Estaba pensado empresarialmente, sin duda. Por eso tenía un éxito económico que iba más allá de la calidad y variedad de sus pinchos, que de por sí era inmensa. Más allá de estar en la zona de Samarcanda más famosa de tapas, la de la calle Van Damme… que durante su época dorada y gloriosa superó, sin duda, todas las expectativas que su dueño[4] había proyectado.

Fue precisamente él, en el ’85, quien tenía un par de walkie-talkies de 27 Mhz. a la venta. Me los enseñó un par de veces… para un radioaficionado como yo, novato y niñato, eran una golosina. Supongo que por eso les puso un precio tan prohibitivo que jamás llegué a tenerlos… aunque para mí cualquier precio lo habría sido.

Aparte de esa anécdota, el California seguía ahí como una referencia casi inamovible. De hecho en el año ’91, cuando empecé a salir con Dolores BABÁ, por la proximidad a nuestros respectivos domicilios, era un lugar que visitábamos con frecuencia. Más todavía cuando su hermano Narciso BABÁ[5] pasó a formar parte de la plantilla de camareros del California.

Entonces era casi un motivo de orgullo familiar para sus padres. Haber conseguido ver trabajando a un elemento que estaba abocado a una vida difícil, si no imposible. La prueba es que bien pronto, allá por el ’92: cuando terminó su trabajo en el California pasó a ser repartidor de pizzas motorizado. Sin comentarios.

En el fondo el espíritu del California era tan amorfo como acomodaticio: con esa disposición casi servil que poseen los lugares, negocios o acontecimientos cuya única finalidad es agradar con el objetivo del beneficio económico. Muy loable, socialmente necesarios, sí, pero repelentes por no definirse abiertamente. Al no tener una personalidad que les pueda ser reprochada, acaban por no tener ninguna.




[1] Al más puro estilo maracandés.

[2] En las que disfrutar de un rato de charla o alterne con los amigos.

[3] Entonces tan al uso.

[4] Aquel gordito amable con aspecto de rico ignorante.

[5] Negado para los estudios por falta de dedicación cerebral.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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