El muelle de Manolo

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Samarcanda

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Su fama de pijo hacía que fuera para mí una especie de obstáculo durante los rituales peregrinos de las noches maracandesas. Pero muchas veces, como cualquier tópico, la idea me hacía desconfiar de su veracidad.

De ahí que algún día, sin más excusa que haber quedado con alguien que frecuentaba El muelle de Manolo, me atreviera a hacer excursiones en su interior. Incursiones de batalla noctámbula. Lógicamente más de una, porque para tener elementos de juicio científicamente válidos es necesaria una toma de muestras suficientemente relevante.

Lo cierto es que el interior de El muelle de Manolo resultaba agradable. Un poco por las escaleras que había que subir a la entrada, no más de cuatro o cinco, el ánimo ya se encontraba predispuesto a lo divino. La decoración, lógicamente, hacía referencia a elementos marineros. Incluso por alguno de los rincones se amontonaban aparejos típicos de las tareas propias del mar. Pero eso sí, más que de una comunidad de pescadores… de un puerto deportivo. Supongo que por esta especie de elitismo arrancaba su fama de pijo[1].

Algo que por otra parte El muelle de Manolo no se empeñaba en negar o disimular. Más bien hacía alarde, ostentación de esa condición elitista. Empezando por el tipo de música y continuando con la clientela. Ésta generalmente estaba compuesta por jóvenes bien vestidos[2] que alardeaban de moreno y buenas maneras ante la vista de la concurrencia femenina. Chicas aparentemente limpias y con modelos de ropa exquisitos constituían el conjunto de colores pastel que deambulaban por allí, rellenos de carne femenina.

Desde el punto de vista antropológico ciertamente interesante, sin duda, pero para mis aspiraciones coperas… algo tan irrelevante como fuera de mi alcance. Una población femenina que recordaba a las protagonistas de Escupiré sobre vuestra tumba, de Boris Vian.

Lo cierto es que El muelle de Manolo era un lugar agradable, pero a mí me resultaba sospechosamente parecido a un museo que me tuviera a mí como único espectador. Preparado para que lo contemplase en su más pura esencia, pero inaccesible para todo lo que no fuera mera contemplación.

En otras palabras, yo allí era totalmente invisible… Lo que me resultaba una ventaja desde el punto de vista teórico, porque sobre mi libreta de campo mental me permitía infinitas anotaciones sin problema. Pero decepcionante de una manera carnal e inmediata: allí no iba para hacer ciencia[3].

Así que me desesperaba tanta niña mona para la que yo era inservible: demasiado pequeño como pescado, yo no interesaba en aquel puerto. La luz interior era casi diurna, las paredes estaban llenas de redes, anzuelos… y de maromos.




[1] Hay dos mares, ya se sabe: el del trabajo y el de la diversión, aunque los dos tengan el mismo agua.

[2] Ropa de marca Lacoste, Burberry’s y similares.

[3] Al menos entonces no sabía que recopilaba datos para escribir ahora.

 

 

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