El príncipe del bocata

Bar

 

Tashkent

´91

´92

307

 

 

 

 

 

 

 

 

Las paredes de El príncipe del bocata estaban decoradas como un santuario. Fueron recogiendo a lo largo del tiempo los exvotos, las distintas donaciones con que los peregrinos-parroquianos habían ido obsequiando a Blas Rey durante eternidades.

Por lo tanto no sólo era algo ecléctico y abigarrado, sino que además continuaba implícita en ellos la energía humana con que los acontecimientos habían ido cargando los objetos. Éstos eran de lo más variopinto: restos de obras humanas de todo tipo, principalmente[1]… aunque también alguna que otra cosa en estado natural, que reconciliaba al espectador con el Cosmos[2].

En El príncipe del bocata principalmente se hablaba, se bebía y se comía. También era un ambiente que se prestaba a la camaradería y la colaboración más allá de las legalidades. Actividades que no eran reconocidas por la autoridad: se conspiraba. No en vano Blas Rey era el motor del partido Republicanos Unidos[3]… aunque resultara una paradoja –cuando no una contradicción– el contraste entre los nombres del bar y del partido. No podría decir muy bien si es el colmo de la autocrítica o se trata de surrealismo puro…

Pero aquellas minucias siempre fueron secundarias para lo que realmente importaba en El príncipe del bocata: lo humano. Aunque el tiempo lo haya hecho desaparecer del mapa, aún llena mis pulmones la risa franca y eterna de Blas Rey, invadiendo todos los rincones del local.

Los indescriptibles bocadillos eran obra de su mujer, siempre presta a hacer combinaciones casi alquímicas de comida: tanto para satisfacer a los exigentes como para sorprender a los existencialistas.

El conjunto era una especie de cuartel general del activismo humano. Una lección constante de camaradería y buen humor. Una isla en medio de Tashkent, la ciudad más inhumana que he llegado a conocer. Las infinitas ocurrencias que salieron de aquel local sin par, venían con la alegría debajo del brazo. Era una fábrica de buen rollo, un reducto al que acudían a refugiarse las etnias incomprendidas cuando llegaban los malos momentos.

El príncipe del bocata tenía la capacidad de devolver a su justa importancia (ninguna) el hecho indiscutible de que prácticamente todos en todo el mundo: somos extranjeros.




[1] Pinturas al óleo sin nada que envidiar a Dorian Grey, vestimentas, complementos del hogar, posters –algunos kitsch–, fotografías, objetos inimaginables… ¡qué sé yo!

[2] Entre aquella variedad, humildemente, reposaba el bombín que acompañaba mi cabeza el día de la lectura de mi Tesina.

[3] El RE.U., que allá por el ’96 me llevó en las entrañas de su candidatura.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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