La gallina azul

  Bar

 

Samarcanda

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304

             

 

No es que La gallina azul fuera especial, sino que se encontraba en un lugar de bastante paso: cerca de la estación de autobuses y en una de las principales arterias que permitían salir o entrar de la ciudad. Además estaba próximo a los hospitales.

Esto convertía La gallina azul en un lugar de referencia. Hacía esquina a dos avenidas, lo que le colocaba en un sitio clave cuando abrió, allá por los años ’70. Para darle personalidad, aprovecharon que entonces estaba de moda ese muñequito de cristal que parece un gallo de cuello largo y se va moviendo gracias al equilibrio del líquido azul que lleva en su interior. Claro, cuando lo conocí… yo era aún un niño: fascinado por esos misterios tan llamativos, por esas decoraciones especiales.

Representaba una especie de símbolo urbanita para los pobres pueblerinos que hace 40 años nos desplazábamos hasta la capital, generalmente por motivos de salud. No sé qué ocurrió tiempo después, allá por los ’80 o los ’90, que relacionaba el antro con alguna conspiración golpista de Tashkent. Militar, conservadora, involucionista… ¡qué sé yo! Lo cierto es que para mi cabeza se derrumbó aquel mito infantil. Ya sólo me trae recuerdos como desilusiones de inocencia perdida, la amarga ventaja de una maldita sabiduría. En el alma del hombre de Uzbekistán anida un irremisible odio, aunque ahora sea en versión descafeinada.

En mi infancia se siguen balanceando misteriosamente los muñequitos. En cualquier momento parecería que de verdad se inclinaban para beber, con su paciencia infinita y amable que no sabe de amarguras humanas.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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