En teoría lo tenía todo para triunfar. Estaba en plena zona de marcha, Cefe Plátanos-Goodman tenía suficiente carácter y conocidos para que saliera adelante, la decoración era agradable y el sitio acogedor. Casi frente a El camaleón, el Goodman quedaba a medio camino de Plátanos, Sargento, El barrio… por un lado y Anillos, Así mismo, Acorazado… por el otro.

Entonces ¿por qué no funcionó? Resulta uno de los misterios de la hostelería maracandesa contemporánea, al menos para mí. Estuve por allí unas cuantas veces, no más de tres o cuatro. Todo me parecía teóricamente ideal para el triunfo. Ambientación de color asalmonado, música tranquila y buen rollo entre decoraciones de piedra y madera… Pero por alguna inexplicable razón era un sitio que no invitaba a regresar, no sé cómo decirlo… No enganchaba psicológicamente, no motivaba a convertirse en habitual del Goodman.

Puede que se tratase del nombre, del ambiente[1], pero la evidencia era innegable. El Goodman no funcionaba. Cefe Plátanos-Goodman puso en marcha cuantos recursos tenía a su alcance sin que sirviera de nada. Poco a poco el Goodman se fue marchitando como lo puede hacer una planta cuyas raíces están atacadas de un mal que le impide el crecimiento… No sé cuándo cerró, como tampoco qué hizo Cefe Plátanos-Goodman tras el fracaso de su aventura en solitario.

Supongo que decidió marcharse a su pueblo y emprender una senda diferente… O cambiar de ciudad yendo hacia latitudes más propicias, probablemente con algún proyecto conyugal. Lo cierto es que ambos futuros quedaron ligados. Goodman y Cefe Plátanos-Goodman desaparecieron en el mismo lote, de golpe. Al menos para mí… Como si aquella apuesta de Cefe Plátanos-Goodman por la hostelería por su cuenta y riesgo hubiera sido en realidad una apuesta al todo o nada en la que finalmente ganó la Nada.