Gusano

Pub

 

Samarcanda

´88

´98

525

             

 

Algunos sitios son principalmente su banda sonora, porque en la memoria los tenemos asociados ante todo a sensaciones auditivas. En el Gusano el jazz arropaba el alma: era una reconciliación con el Universo a través de unas notas musicales que iban más allá de lo clásico.

Al igual que el jazz, el Gusano hacía participar a quien estaba en su interior de una serie de factores difícilmente reducibles a palabras. Ante todo por lo que de humano tiene la música que comprende al ser humano antes de preocuparse por cuestiones técnicas, musicológicas. En el caso del jazz es el alma lo que va puliendo toda esa serie de factores. Son secundarios pero están íntimamente relacionados con esta forma de expresión estética. Su base fundamental consiste en vivir con armonía en un mundo despiadado.

Si todo esto puede plasmarse materialmente en un refugio para espíritus atormentados pero capaces de la belleza, estamos entrando en el Gusano. Sí que era un negocio, qué duda cabe. Pero más por una necesidad formal y de supervivencia que por una vocación.

En el trasfondo de todas las energías que se movían por el Gusano había más una necesidad de agrupar almas afines que una búsqueda de paraísos… Aunque también existiera esta última característica como corolario de la otra.

La entrada, con unas escaleras descendentes, anunciaba algo que enseguida corroboraba la vista a medida que se iba bajando. Era una interpretación del infierno, dicho sea esto sin carga ética ni valorativa desde ningún punto de vista. Enseguida los ojos se llenaban del rojo y el negro, unos colores que[1] no privaban de luminosidad al Gusano. También estaba el matiz de una tonalidad ambarina. Procedía de los focos que acompañaban a la decoración propia del jazz[2]. Esto, gracias también a los múltiples espejos repartidos por el local, conseguía aportar una sensación vitalista. Se traducía en el buen ambiente que siempre reinaba en el Gusano.

No era sólo la costumbre sublime y deliciosa de sus actuaciones en vivo, que por fortuna ponían entre paréntesis el mundo entero aunque sólo fuera por unas horas. Las sombras caprichosas regaladas por los focos[3], en las que se zambullía la mirada abrazando el jazz en su esencia… renovaban la vista y el alma. También eran los brazos invisibles que acogían amablemente a quienes recalaban en el Gusano, como en un puerto que renovase las energías del alma.

Sería difícil revivir la variedad de instantes únicos regalados a mi alma por las mágicas coordenadas del Gusano. Baste una variedad de pinceladas para acercarse a un crisol tan infinito como inefable.

1)          Otoño del ’86: Araceli BRUMA y yo tomando un café junto al piano. Su mirada limpia me explicaba que entre nosotros dos estaba empezando algo que no se sabía bien qué era. ¿Acaso no es ésta la mejor definición de aventura? Lo imprevisto, lo sorprendente, lo imprevisible… El descubrimiento del mundo que había tras esas palabras enmarcadas entre el jazz… era sin duda un abrazo de Gusano.

2)          Puede que fuera el ’91 cuando Susana Ninfómana y yo coincidimos en la Biblioteca de la Facultad de Filosofía. Le propuse recorrer una tarde la ciudad para reconocernos en la superficie pulida de su espejo… Deambulamos por las calles entre risas, buscando excusas que nos acercaran. Al llegar al Gusano, una de nuestras paradas, ella dijo mesa y yo dije barra. Como si fuera lo más natural del mundo, me quedé en la barra con mi cerveza: Susana Ninfómana no bebía ni mandaba.

Yo tampoco daba órdenes, así que bastó una mirada cómplice al acabar su infusión… Nos fuimos juntos tras haber estado media hora separados por un bar. Con el Gusano entre medias.

3)          Alguna jornada del ’95, cuando Richar BICHO estaba trabajando en el Gusano de camarero. Una noche de descontrol y camaradería, celebrando la fiesta del recibo y disfrutando entre amigos. Como una coraza protectora, a nuestro alrededor aquel espacio indescriptible. Risas a millones y la celebración principal. Estar juntos en ese momento, disfrutando de la vida.

4)          Noche inconcreta del ’95: Valentín Hermano y yo charlando con Richar BICHO, con el Gusano vacío. Sólo un gitano amigo de Richar BICHO, en confidencias musicales trasnochadas: de flamenco, seguramente. “Yo soy Bambi” –se presentó. “¡Pues vaya mierda de película!” –contestó Valentín Hermano. Richar BICHO y yo allí, con cara de palo… intentando quitarle hierro a un asunto colado. Y el Gusano, comprensivo, enmarcando aquella historia de incomprensiones.

5)          Algún concierto, no muchos… tres o cuatro a los que asistí boquiabierto en el Gusano. Cada vez que los recuerdo, me pregunto por qué no los practiqué más a menudo. Teniendo en cuenta cómo conseguían llevarme de su mano por unos senderos de magia en penumbra, desconocida hasta entonces, reconciliándome con el Universo. Allí desaparecía el tiempo, la materia confluía en un punto que bien podía ser una nota musical inesperada o bien la que el oído estaba anhelando. Por fortuna en un instante como aquéllos todo se había ido y el tiempo era un agujero. Afortunadamente negro, por el que uno se sentía succionado. Como quien regresa al espacio infinito, ese vientre materno del que quizá nunca debimos haber salido… Si acaso, sólo para llegar al Gusano.



[1] Pese a todo, con ser principales.

[2] La del blanco, el rojo y el negro: en eso y otras cosas, se asemeja al tango.

[3] Que iluminaban de rojo y verde incluso el interior de la boca de los artistas.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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