La cafetera

Bar

 

Samarcanda

´80

´90

295

             

 

Muy pulcro, impecable… pero sin alma. Allí se iba a tomar algo de una forma burocrática, como se va a entregar un papel a un ministerio cualquiera. La cafetera representaba algo sencillo. Como si vivir fuera un trámite y tomar un vino o una caña con su tapa correspondiente, algo que estuviera en las antípodas del placer. Que le dejaba a uno satisfecho, pero frío.

No es que el lugar fuera inadecuado: La cafetera estaba casi tocando una de las arterias principales de Samarcanda. Además tenía una predisposición material adecuada, digamos. Mucha madera en la decoración, lo que siempre convierte el lugar en cálido… Sin embargo no era acogedor… o si lo era, sólo durante un rato. Después parecía que se cansaba de ti.

Tenía buenas tapas y los “funcionarios de la barra” (los camareros, para el caso) eran amables… Pero había algo que no terminaba de funcionar. Como si La cafetera tuviera con los clientes un trato de usar y tirar. Una vez hecha la consumición, consumida la relación. No sé, algo puramente comercial, sin humanidad ni sustancia. Casi una variante inanimada de la prostitución.

Cuando uno se marchaba de La cafetera tenía el estómago un poco más lleno y el bolsillo un poco más vacío… Bueno, en esencia la vida consiste en esto. Pero allí se veía desde una perspectiva mecánica, comercial, fría, no sé cómo decirlo… Cuando a la vida le falta alma, está desanimada. Ésta era exactamente la sensación que transmitía La cafetera a su clientela, la relación que pretendía. Estaba muy bien que estuviéramos allí, pero siempre que fuera algo circunstancial y temporal, sin implicar los sentimientos… pasajero y material, pero además con distancia.

¿Puede ser inhumana una cafetería? Allí parecía que sí. Ni comprensión ni compasión. Sólo consumición desanimada.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
Todavía no tienes una cuenta? Regístrate ahora!

Entra a tu cuenta