La cereza

 Bar

 

Samarcanda

´84

´86

429

             

Humilde, sin pretensiones. La cereza sólo quería ser un lugar pequeño[1] que sirviera como herramienta al servicio de una clientela necesitada de cosas sencillas, que contribuyeran a la supervivencia… Poco más. El hecho de estar en un lugar importante, en la zona de Van Damme, no le había hecho querer participar del asunto. Lo consideraba colateral.

Quienes practicaban la ruta establecida bajo ese nombre lo ignoraban sistemáticamente a pesar de su localización estratégica. Nada menos que a la vuelta del Maravillas, un clásico emblemático de la zona. La cereza generalmente estaba vacío de este tipo de clientela, digamos de excursiones turísticas en sentido amplio. Por el contrario se nutría de los autóctonos de las calles adyacentes. Por así decirlo, era un bar doméstico, de indígenas. A ellos se ofrecía como refugio, a ellos se dirigía para ser una referencia en el día a día. Con ese descanso hogareño que para el guerrero urbano y laboral significa una dosis justa de alcohol… por sí misma casi inofensiva. Permite, disfrazada entre las tapas típicas al uso, la euforia necesaria para alimentar esa huida hacia adelante que se ha venido en llamar supervivencia.

La cereza, con su pequeño luminoso rosa de letras amarillas, estaba por todo eso contenta de su suerte. No pretendía otra, como tampoco despuntar más entre la clientela. Era una posición que complacía a todos los implicados. No hablaremos de conformismo, porque no se trata de eso. La cereza tenía asumida su suerte, tenía una visión ajustada de sí misma. Algo que sería deseable en cualquier adolescente.




[1] En su tamaño físico, material… pero también en el metafísico: pasar desapercibido.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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