El barrio

Pub

 

Samarcanda

´85

´97

303

             

 

Era un bar pequeño, pequeñísimo: hasta el punto de que el nombre transmitía la impresión de tratarse de un local más grande de su tamaño real. Aunque hay barrios de todos los tamaños, El barrio resultaba diminuto: sumando el espacio que ocupaba la barra, los baños, las mesas y asientos destinados a clientes, más el espacio libre… no llegaba ni de lejos a los cincuenta metros cuadrados.

A pesar de todo: su sencilla decoración[1], una música de buena calidad[2] y el ambiente acogedor hacían de El barrio un lugar atractivo. Muchas veces, cuando estaba lleno[3] y la noche no era excesivamente fría, consumíamos cervezas o copas a la puerta. La calle tenía suficiente animación. Era lugar de paso obligado para un montón de locales vecinos: El techo, Escaleras, Plátanos, El enfermo imaginario, Sargento, El camaleón, Goodman… Casi podría decirse que por razones obvias… la calle era una especie de extensión de El barrio… pero como algo natural, nada deliberado.

Petronio Barrio era un tío risueño y simpático, que había sido capaz de superar sin traumas el hecho de haber nacido en Kagan[4]. Quizás con el paso del tiempo su carácter le había permitido integrarse en la sociedad maracandesa como la persona normal que era.

El barrio era una extensión de su personalidad: Petronio Barrio había elegido el diseño y regaba el ambiente cada día con buena música… además de aderezarlo con el humo de esa pipa de la paz actualizada que eran los porros en los ’80 y los ’90.

Alrededor de las escasas y pequeñas mesas de El barrio disfruté de tertulias, charlas y compañías infinidad de veces. A su puerta allá por el ’86 sellamos con un eufórico y desinhibido beso nuestra amistad triangular Araceli BÍGARO, Pablo CIEGOS y yo durante una de aquellas noches de sinceridad e inspiración.

Más tarde, allá por el ’89, en sus cercanías pude comprobar lo mal que les sentaba[5] licenciarse a los filósofos de promociones anteriores a la mía. En el ámbito de influencia de El barrio he visto crecer las noches… a veces hasta hacerse tan viejas que se convertían en amaneceres.

Por todo esto y algún detalle más que me hurta traviesamente la memoria, El barrio figura troquelado entre mis recuerdos con la misma sonrisa ladina que Petronio Barrio siempre llevaba puesta. Comunicando a sus allegados más allá de las palabras un importante y desenfadado mensaje: al final de cualquier túnel… nada tiene más importancia que la risa.

Entre los muros de El barrio se dejaba ver alguna flor: ¿qué más da si era de plástico? ¿es que acaso en según qué jardines pueden crecer otras que no sean las flores del mal?

En el conjunto de la noche maracandesa, el pequeño grano de arena que era El barrio contribuía sin ninguna duda a incrementar el balance positivo: ¡ojalá tuvieran su misma sencilla felicidad todos los paisajes de la vida! Casi imperceptiblemente, su existencia acuna la memoria, la mece suavemente mientras con esa caricia le quita importancia a todo aquello que no la tiene. Gracias a sus manos, la impresión del tacto resulta una caricia… Es la juventud amable guiñándonos un ojo desde el futuro.




[1] Algunos elementos de patio típico de Khanka, piedra y una iluminación agradable.

[2] Que la iba pinchando el propio Petronio Barrio: todo en uno… además de dueño, era camarero.

[3] Algo que lógicamente no resultaba muy extraño ni difícil.

[4] Esto les resulta imposible a la mayoría de los habitantes del Triángulo maldito.

[5] Etílicamente hablando.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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