Lucano

Bodega

 

Kagan

´80

´94

 159

             

 

En la categoría elegida, ya se definía abiertamente como un sitio sin mayores aspiraciones. Para un establecimiento declararse bodega es colocarse en el escalafón del almacén de vinos. Nada de aspiraciones de ningún tipo. Menos aún intelectuales, tratándose de Kagan. Quien entraba en el Lucano ya sabía a lo que iba. A por el vino peleón y una tapa de las patatas con torrezno que eran especialidad de la casa.

Tan cierto que estaban buenísimas como que ahí terminaba la oferta cultural del Lucano. Por allí circulaban sobre todo jubilados[1] y otras gentes que suelen vagar errabundas por los núcleos urbanos.

El Lucano además tenía dos puertas, daba a dos calles. Por este motivo resultaba tan fácil llegar a él como marcharse. Contaba con dos ambientes bien diferenciados: en la puerta pequeña un recoveco (amarillo, claro) de consumición rápida. En la grande, con unas mesas estilo mesón y un futbolín, una ampulosidad rústica, casi al estilo de la Edad Media.

Un pequeño umbral los separaba. Un vano en el tabique fronterero. Pero estaban atendidos por la misma barra. Haber empleado a más de una persona en el Lucano habría sido un desperdicio, sin duda.

El Lucano era uno de esos sitios en los que cada día abierto resulta poco menos que un acontecimiento. Sin embargo, a fecha de hoy continúa el milagro cotidiano. Parecería que no ha pasado el tiempo en estos últimos 30 años. Las ventajas de no tener aspiraciones empiezan por aquí… que no es necesario esfuerzo alguno para sobrevivir.




[1] Para cuyo colectivo Kagan posee una propensión y una cantera inagotables. Podría decirse sin temor al error que los habitantes de mi pueblo somos por naturaleza jubilados: vocacionales o profesionales.

 

 

Sonido

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