¡Qué tiempos aquéllos! De los discos solicitados llenando las emisoras de radio, de la publicidad alrededor de ese mundillo (tan rancio desde la perspectiva actual)… eran los últimos ’70 y los primeros ’80. Lejos del MP3 y los reproductores de bolsillo, del Spotify y tantas otras tecnologías. A enorme distancia de los ordenadores y su revolución. Aunque a día de hoy nos parezcan tan naturales como imprescindibles. En el futuro acabarán también con los manuscritos y la caligrafía…

Entendido desde ahora, aquellos eran los pañales del mundo musical. Incluían aquella costumbre que era bailar en las discotecas. A su vez ésta había venido para revolucionar una tradición de siglos.

Como baluarte de la tarea discotequera había locales emblemáticos: Pixi’s era uno de ellos. La delegación en Kagan suponía una ramificación hasta el pueblo desde la central[1], un intento por civilizar musicalmente el territorio cercano.

En el Pixi’s de Kagan se reunía la juventud del pueblo y sus alrededores, pero abandonar el estandarte cavernícola ya era otra cuestión… al revés, lo que hacía lo más granado de la generación era llevar lo primitivo al local. Asilvestrar la discoteca.

Incluso hasta el punto de la página de sucesos. Un día a uno de los representantes de la caterva se le ocurrió resolver unas diferencias con otro a martillazos en la puerta de Pixi’s. Resultado: cráneo hundido y hombre muerto.

Para sacar del abismo a las mentes animales se necesita algo más que música. Amansadas y todo, las fieras sembraban cadáveres a la puerta del Pixi’s. Se necesitaba algo más que una discoteca para civilizar mentalidades ancladas en la época del cromagnon. Ésta sólo era una demostración más, una prueba irrefutable.

Con aquella perspectiva ¡cualquiera se dejaba llevar por el ritmo! Es cierto que las noches eran muchas y no se pueden juzgar por un hecho. Pero el lastre era sintomático. Lo único cierto es que del Pixi’s en Kagan ya no queda ni el recuerdo.