Su barrio

Bar

 

Samarcanda

´79

´99

646

             

Si había algún garito famoso y proverbial en la Samarcanda de los ’80, ése era Su barrio, el bar de Chon Su barrio: un hombre campechano y chabacano, tan amable como zafio. Su aspecto desgarbado y descaradamente guarro sólo se veía compensado por el trato amistoso y cercano. En la situación límite que significaba hablar con Chon, uno acababa pensando inconscientemente que si aquel hombre podía sobrevivir estando en el bar Su barrio tantas horas al día, quienes visitábamos la tasca para una caña o un vino, teníamos la salud garantizada… estábamos vacunados.

Sólo que la de Chon Su barrio era una salud en tela de juicio, porque a la falta de higiene personal de aquel hombre se unía la de Su barrio: paredes desconchadas y grasientas como el pelo del propio Chon Su barrio, un suelo digno de mejor suerte… y el instrumental gastronómico, que era mejor no mirarlo para evitar sufrimientos. Sin ánimo de entrar en polémica ni exagerar el conjunto, para ser fiel a la verdad tengo que decir que yo mismo he visto correr cucarachas por aquella cocina. La reacción de Chon Su barrio fue despreocupada. Un manotazo y al suelo. Esto era lo más preocupante. Parecía estar tan familiarizado con ellas que su despreocupación le transmitía a la clientela la impresión de que fuera de la vista del público aquello debía de ser un zoológico.

El bar Su barrio era cutre y estrecho, con una barra pequeña que compartía espacio con la plancha: era la cocina en la que su mujer allí mismo, a la vista del público, elaboraba los manjares. Entre las chanzas machistas y despectivas de aquel energúmeno.

El plato fuerte del Su barrio era la panceta. Una lámina finita, vuelta y vuelta en la plancha y sobre una loncha de pan. Un par de mordiscos y adentro, pugnando entre el vino y la cerveza por pasar hacia una garganta ansiosa. Si el hambre era mayúscula, entonces era mucho mejor darle tiempo al bocadillo. Por un módico precio combinaba la panceta o el lomo con pimientos, queso…

La oferta era tan amplia como irresistible, generalmente aprovechada por la clientela más fiel al Su barrio: los soldados que estaban haciendo la mili en Samarcanda[1], quienes contrataban taquillas en el bar. Éstas eran unos armarios cutres donde dejaban el disfraz de soldaditos. Se cambiaban en el baño, más cutre todavía, y se iban pareciendo personas normales. Muchas veces, lógicamente, aprovechaban para llevarse un bocadillo, pues la comida del cuartel era intragable.

Ni qué decir tiene, por tanto, que el Su barrio, negocio de Chon Su barrio, como las funerarias… se nutría de las desgracias ajenas. Pero lo hacía con alegría. Muchas veces su risa estentórea aporreaba los grasientos tabiques, mientras él sonreía desde los ojillos azules que se escondían en su rostro, desde su ubicua mandíbula prognática.

Nunca supe por qué tenía tanto éxito el bar Su barrio. Para mí el sabor de las tapas era bueno, pero no tanto como para eclipsar la falta de higiene, el machismo o el ambiente carcelario: se respiraban con tanta frecuencia que eran constantes… casi tanto como asfixiantes.

Puede que fuera simplemente una vacuna metafísica que se ponían los concurrentes por el mero hecho de aguantar el conjunto. Para desterrar del resto de su vida esos valores rancios. Quizás era eso lo que le hacía a uno sentirse realmente como en su barrio: todo cuanto uno extirparía si pudiese… pero no ya de su vida particular, sino de la faz de la tierra.

Allí estaba Chon Su barrio y su universo comparable, desgraciadamente en exceso familiar. Puede que éste fuera el motivo de que le gustara tanto a Seco Moco. Incluso hasta puede que Chon Su barrio fuera su hombre ideal, su modelo. Para mí el Su barrio era un constante recordatorio de todo lo que no debería ser el mundo. Ni como mal chiste… ni como parodia.

 




[1] Entonces era obligatoria y por sorteo.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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