El chamizo

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Kagan

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Una calle fría e impersonal, como casi todas las saharauis. Albergaba entre sus locales uno singular: difícilmente distinguible del entorno. Era una casa vieja, una construcción antigua que pasaba desapercibida a primera vista… y a segunda también. Si no la conocías e ibas a cosa hecha, el local de El chamizo era poco menos que invisible de puro camuflado.

Quienes hayan tenido la oportunidad de experimentar el paso del tiempo[1] entre las calles de Kagan, comprenderán mejor a qué me refiero. Sobre todo en otoño y en invierno, pero en general siempre en el momento de oscurecer… da la impresión de que el pueblo es un cementerio. Al igual que en ellos, puede intuirse la vida tras las ventanas como nichos… quizá una vida ya pasada, quizás aún en pleno auge.

A pesar del silencio arrollador que se impone. Pero no es un silencio físico, no proviene de la ausencia de ruido: es la intuición de que la Nada puede más que la vida. Para ésta el conjunto de la realidad es una batalla perdida, el tiempo ha desaparecido igual que los años se diluyen en la eternidad. Es un tiempo diluido.

Transitar por las calles de Kagan tiene entonces algo de onírico, pero esto puede superarse si uno tiene el objetivo claro.

El conjunto de todo lo dicho resume o esboza, como el impresionismo pueda hacerlo, la sensación que invadía a quien entraba en El chamizo. El corazón, la cabeza, el cuerpo entero creía haber llegado a un oasis, a un burladero, a una extraña especie de paraíso. Pero esa imagen no iluminaba tu interior: el bar estaba en una penumbra sospechosa, pues casi reinaba la oscuridad.

A pesar de todo el color negro que imperaba[2], se distinguía a la perfección el gris del humo ambiente. Porque en El chamizo se fumaba en todos los sentidos de la palabra y del cuerpo. Si quedaba alguna duda científica de ello, ésta se disolvía como azucarillo en agua al dirigirse al camarero. Los ojillos azules de Petronio Chamizo, que vivían al fondo de su rostro blanquecino y su sonrisa, no dejaban lugar a dudas.

A Petronio Chamizo le conocí a través de Marilyn Hermana: pertenecía al grupo de relaciones que ella tenía a caballo entre Kagan y Samarcanda. Compartía características con la raza, aunque muchos de ellos ni se conocían entre sí: el único elemento común que tenían era conocer a Marilyn Hermana… bueno, también compartían un perfil semejante, descerebrado.

Como tantos otros del mismo pelaje, Petronio Chamizo era una buena persona que había elegido la felicidad de una vida privada del uso del cerebro. Al menos en su sentido estricto; lo usaba sólo para la supervivencia. Abrazando por consiguiente cualquier forma de hedonismo, cualquier versión de la huida del pensamiento: generalmente, entretenimientos intrascendentes. Muchas veces, como los porros, encaminados a anular las consecuencias del pensamiento antes de que éste se manifestase. Otras, como el alcohol, buscando de manera más o menos soterrada, paulatina e indolora… el objetivo final de la desaparición del origen de todos los males: el cerebro.

Una desaparición funcional, no literal. Enseñar al cerebro a vivir sin pensar… en la convicción de que al contrario sólo se cosechan desgracias.

Nada que reprochar al planteamiento del conjunto. Ni a Petronio Chamizo, ni a Marilyn Hermana, ni a El chamizo, ni a Kagan… ni al Universo entero. Resulta un planteamiento tan tentador como fácil. Por eso me parece comprensible que haya masas siguiéndolo en sus infinitas versiones[3]. Pero no resulta afín a mi manera de ser.

Por eso las veces que estuve en El chamizo, que no serían más de dos o tres, me sentí acogido. Regresando al mundo de los vivos, tan ajeno al de las calles saharauis…

Pero también distante, porque en El chamizo no se disfrutaba de la vida[4], sino que con mucha y atractiva paciencia se iba labrando un nicho.




[1] Tanto el cronológico como el climatológico.

[2] Con algunos puntos anaranjados: la luz y la música. Una interpretación del infierno.

[3] Drogas, televisión, religión…

[4] Al menos como a mí me gusta: plena de pensamiento.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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