Daniel’s

Bar

 

Samarcanda

´83

´93

486 

             

 

Cuando pasaba ante su puerta, camino a cualquier lugar cercano, miraba el Daniel’s de hito en hito. Nunca llegué a entrar, sobre todo por ese respeto que nos merecen las cosas idealizadas. Principalmente por miedo a que desapareciera la magia con el conocimiento, como ocurre tantas veces en la vida.

Seducidos por una idea, un lugar o una persona, corremos raudos a descubrirlo… y después viene la decepción, porque tras la idealización se esconde la proyección de nuestros anhelos, pero no la realidad misma. Se desvela como la búsqueda de una perfección que la realidad nos niega.

El Daniel’s representó eso para mí, desde bien pequeño: un paraíso inalcanzable. Comenzaba por el nombre apostrofado, exótico… aunque tan común en los ’80. Seguramente no fuera más que un bareto de cafés y colegas, pero yo me negaba[1] a identificarlo con un olor, un color o una música… algo que a buen seguro ocurriría si hubiera llegado a entrar en el Daniel’s en alguna ocasión.

Durante aquella época de finales de los ’70 estaba de moda la canción Cara de gitana de Daniel Magal: yo fantaseaba imaginando historias incorpóreas que ya ni recuerdo, con protagonistas inmateriales… personajes que se debatían en pasiones humanas entre las mesas de la cafetería Daniel’s.

Ya sé que todo era mentira, ya lo sabía entonces… pero dejad que la imaginación aporte lo que la realidad es incapaz de lograr.

En el Daniel’s de mis fantasías las cuestiones sórdidas habían desaparecido, al igual que las materiales. ¿Qué más me da si aquello era un nido de progres, un putiferio o simplemente un club de los olvidados, reconfortándose entre ellos? Allí estaba siempre, allí sigue, porque a los espíritus no les afecta el tiempo.




[1] Aún sigo haciéndolo a día de hoy.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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