El pájaro loco

Bar

 

Samarcanda

´94

´95

735

             

Yo lo había visto un montón de veces desde fuera, aunque lo abrieron tiempo después de que yo abandonara los estudios de Derecho, cerca de cuya Facultad estaba ubicado El pájaro loco en aquella época: cuando aún no se encontraba en el Campus y estaba ubicada en la civilización.

Desde fuera era un sitio con poca personalidad, marcada su presencia por una decoración en la que predominaban gris y negro, pero además los cristales tenían una lámina traslúcida, para preservar la intimidad de quienes se encontraban consumiendo en su interior. Así que resultaba frío, aunque el nombre pretendiera transmitir cercanía y un punto de travesura; en otras palabras, para mi punto de vista no resultaba atractivo.

Puede que incluso hubiera entrado yo alguna vez a tomar una caña de trámite ocasionalmente; probablemente esto me habría decidido finalmente a desterrarlo como apetecible: la clientela estaba dominada por la insulsez, probablemente la mayoría de la misma perteneciera a quienes tomaban un café para despertarse de las desesperantes clases de la Facultad de Derecho o algún tipo de excitante superior para celebrar que se habían pirado alguna clase… en fin, poco apetecible en general. Parecía el trámite de dejar pasar el tiempo indeseado y no el afán de construir una realidad más adecuada con los propios gustos.

Si los bares tuvieran personalidad equiparable a la humana, si pudiéramos personificarlos en un ejercicio de prosopopeya dando lugar a una ficción con aplicación práctica, podría decirse que El pájaro loco era un lugar abúlico.

Por todo esto no encaja muy bien que aquella noche loca, procedente de una tarde propicia, acabáramos recalando en un lugar como El pájaro loco: máxime cuando nuestras pretensiones quedaran tan lejos de la ortodoxia de la hostelería. Íbamos a la deriva, dando tumbos para intentar encontrar un lugar propicio en el que pedir un préstamo… pero no de dinero, sino de algún alcohol espirituoso que llevarnos al gaznate. No recuerdo cómo recalamos en El pájaro loco quienes formábamos aquella expedición.

Éramos Caracol, Belga Ref. Caracol, Dolores BABÁ y yo. A la desesperada casi, porque las posibilidades iban disminuyendo a medida que entrábamos en uno tras otro de todos los bares posibles y alguno de los imposibles. El pájaro loco era más bien cervecería y cafetería, así que simplemente con estos antecedentes y el ambiente que se respiraba allí, traspasar la puerta y volvernos por donde habíamos venido, deshaciendo nuestros propios pasos… fue todo uno.

Ni siquiera intentarlo, pero no con sensación de derrota, sino de constatar con sensaciones objetivas aquello que nos temíamos antes de entrar: El pájaro loco era un antro imposible de exprimir, de aprovechar, vamos. Si ya era despreciable para consumir en condiciones normales, ¿cómo llegar a pensar que podría llegar al nivel de comprensión que requería nuestra situación de mendicidad? Por eso nos dimos media vuelta y nos marchamos sin decir ni una palabra, a la búsqueda de lugares más propicios… porque el único requisito favorable de El pájaro loco era estar en el camino de la peregrinación que realizábamos aquel día, tan semejante al viacrucis y que arranca de una llamada interior que es más una intuición que una convicción. Quienes jamás hayan seguido su estela, deberían hacerlo al menos una vez en la vida.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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