23/L

Bar

Kagan

´94

´97

138

             

Una esquina soleada en el corazón de la penumbra saharaui. Así podría definirse el garito alegre que tenía Camilo FRANCO, aquel chaval que daba rienda suelta a su imaginación y la de la concurrencia gracias al local.

Para conseguirlo, nada mejor que un nombre cubano, con resonancias de fiesta, universalmente conocido. Pero el 23/L no era un pub, sino un alegre bar de tapas con el que recargar los espíritus de Kagan que soñaban con otros paisajes. Era el caso del propio Camilo FRANCO, que allá por el ’95 ya había hecho varios viajes al Caribe y estaba plena, sincera y abiertamente enamorado de aquello. La cultura, el clima, la gente… se le caía la baba cuando llenaba su cabeza de esos recuerdos. Acto seguido se convertían en un torrente que desbordaba su boca. Los elogios se mezclaban con las instrucciones, porque aquello iba así: Dolores BABÁ quería ir a Cuba y tenía el contacto de Camilo FRANCO para facilitarnos cuanto fuese necesario. En Kagan eran de dominio público su experiencia y dominio del asunto cubano.

Unas cuantas charlas que tuvimos con él allí, en el 23/L, nos sirvieron para hacernos una idea y planificar con éxito el viaje, gracias a sus referencias. El 23/L era, por tanto, un rincón de Cuba exiliado en Kagan. La materialización de una nostalgia que Camilo FRANCO sin duda con el tiempo habrá convertido en presencia. Hay fuerzas que surgen del interior y están mucho más allá de la materia. La arrastran como si fueran el ojo de un huracán.

El 23/L combinaba la pericia gastronómica con la euforia pasajera del alcohol… De una forma magistral, hasta convencer sin reparo a la conciencia del cliente de que estaba en el mejor lugar del mundo en ese momento. De que probablemente tuviera que marcharse porque es imposible la eternidad humana, pero una prioridad vital era volver cuanto antes.

En otras palabras, el 23/L había conseguido algo que en Kagan es relativamente fácil. Construir un rincón aislado de la realidad en el que evadirse de un entorno tan deleznable, penoso y hostil. Su mérito era construir al mismo tiempo un universo alternativo en el que albergar el alma y los sueños. Esto sí que resultaba ciertamente excepcional. Porque aunque a su alrededor había aislamientos por docenas (adocenados), éstos no eran ventanas abiertas en las que ventilar el alma… sino agujeros en los que ocultar la cabeza, al estilo de un avestruz temeroso y resignado.

Pero el 23/L era otro mundo, una isla idílica aunque no desierta, en medio de un Caribe saharaui. La oferta paradisíaca con la que la conciencia1 podía despegar y surcar el cielo. Ver desde arriba toda la mezquindad humana y su apariencia de convivencia civilizada.

Para eso la risa de Camilo FRANCO, abierta y diáfana, era un disparadero. Con una música de fondo que superaba cualquier pasaporte, con una caña y una tapa, con el sol del alma que iluminaba el 23/L a dos lados, con aquella risa cercana… ¿quién podía resistirse a la tentación? Intentar recorrer el mismo itinerario que había llevado a Camilo FRANCO a conseguir un rincón de Cuba en Kagan, parecía lo más lógico y natural del mundo. Más cuando él te facilitaba itinerarios, planes, contactos de gentes amables y prometedoras: era tu guía turístico sin salir del 23/L.

A mí me resultaba imposible no dejarme arrastrar por ese magnetismo, cuando además partía de una iniciativa propia. Fui a Cuba desde Kagan… aunque ahora sé que no me habría hecho falta avión ni agencia de viajes. Camilo FRANCO y el 23/L eran más que una embajada. Eran Cuba en miniatura.

1 Que por fortuna se conforma y alimenta con tan poco, llegando a hacer en ocasiones de la prisión un paraíso.

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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