Porsche

Pub

 

Samarcanda

´87

´90

139

             

 

Se llamaba así porque en un semialtillo, a la vista de la concurrencia, en aquel pub había un Porsche rojo que hacía las veces de decoración al tiempo que era cabina para el pinchadiscos.

El contraste cromático resultaba tan evidente como impactante. Buscado, porque el color dominante del pub era el negro. Una especie de túnel en el que a la derecha se encontraba la primera barra y al fondo… arriba el altillo y abajo la segunda barra, la del Jack Daniel’s. Al fondo a la derecha, claro, los baños.

La distribución era ésta, después venía lo otro: el descontrol típico de los habituales del local y el ambiente extraño por ecléctico, que solía dominar el Porsche. La buena música que inundaba constantemente su atmósfera. Aunque fueron prácticamente infinitas las sesiones nocturnas que llegaron a contemplar mi cuerpo en su interior[1], hay unos cuantos episodios que pueden clarificar el alma del garito… y la mía.

1)          Una noche, más fuera de mis cabales de lo que era habitual. Me encontraba subyugado por la belleza de una chica que estaba compartiendo copas con sus amigos. Aprovechando que durante un instante se quedó sola, me acerqué a ella para proponerle una charla más amigable de lo que allí se ventilaba. Sabiamente me contestó: “Otro día”. Resolvió así la situación con una diplomacia encomiable. Allí terminó todo. No sólo no volví a verla, sino que en caso de que hubiera ocurrido… no habría recordado su cara.

2)          Durante una de las sesiones de charla y bebercio pacífico, sin otras intenciones, Valentín Hermano me acompañaba. Se nos acercó una chica rubia y guapa. Nos dijo: “Oye, perdonad, hay unos tíos pesados que nos persiguen a mis amigas y a mí. Si no os importa, nos haremos pasar por vuestras novias para que nos dejen en paz”. Ningún problema, claro. Nos prestamos, así que vinieron junto a nosotros y charlamos un buen rato. Con risas y aspavientos, ostentando buen rollo. Hasta que los plastas en cuestión se largaron y ellas quedaron tan libres como agradecidas. También desaparecieron ellas, como no podía ser de otra manera. De aquella situación ni se podía ni yo pretendía sacar rédito erótico alguno.

3)          El Porsche era un garito de semi-recogida. Por las horas en que yo lo frecuentaba, algunos días significaba despedir la noche. De ahí que se prestara a movimientos desesperados. Como aquella vez en la que, invadido ya por el hastío y la encerrona de la noche maracandesa, decidí plantarle cara al asunto y proponerle a la Caragato[2] algún tipo de actuación erótico-festiva. Su respuesta de cajas destempladas no se hizo esperar, algo que a mí no me sorprendió. Como tampoco debió de hacerlo a sus amigos cuando se lo contara. Más que nada, supongo que por mi parte era una forma de zanjar asuntos pendientes. De ésos que sólo habitan en la imaginación calenturienta.

4)          Junto a los baños, una noche impregnada de derrota. No recuerdo cómo surgió una conversación con desconocidas. Igual que nace una flor entre el fango, por casualidad y para sorpresa de sí misma. En aquel intercambio de opiniones, yo tanteaba la compatibilidad de universos. Era inexistente. Una psicóloga de Denow incapaz de comprender por falta de voluntad el trasfondo del sentimiento tanguero. Quizá influyera en eso su estética guarra y desastrada, por creerse o buscar algo pretendidamente superior. La victoria del silencio sobre la oscuridad.



[1] La mente ya era otra cosa, estaba en otra parte.

[2] Una punki con cara de mala hostia, ojos azules y, según la leyenda que hacía circular Eugenio LEJÍA, tetas blandas.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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