Jondor

   

Shakhrisabz

 

´87

670

             

 

Sin duda las vacaciones suponen un respiro. Primero porque significan aire nuevo para unos pulmones viciados de costumbre. Segundo, porque además de poseer la aventura de la novedad resultan una escapatoria de esa cárcel humana llamada vida cotidiana, lastrada de monotonía.

El verano del ’87 estaba cargado eléctricamente de unas energías difícilmente controlables. Quizás por eso mismo nos planteamos la posibilidad de reconducirlas a través de la creatividad, en clave reunión de amigos. Algo así como una torre de marfil estival, desde la que contemplar el calor de forma diferente.

La oportunidad se presentaba de la mano de Manuel Alejandro RAPHAEL, cuya familia poseía un chalet en Jondor. Mediante aquel amigo llegamos a un acuerdo ventajoso con su familia. A cambio de pintar una parte de la fachada de la casa[1] nos dejarían disfrutar unos días de estancia allí. Eran fechas en las que no tenían planeado ir.

Alejandro Marcelino BOFE tenía experiencia como pintor de brocha gorda, según decía. Yo me presté alegremente a formar parte del equipo, así que con aquel triunvirato vencedor nos pusimos al asunto.

Acordamos fechas y quedamos en vernos allí. Manuel Alejandro RAPHAEL iría por su cuenta, mientras Alejandro Marcelino BOFE y yo tomaríamos un tren desde Samarcanda[2]… Nos plantaríamos allí en un santiamén.

Dicho y hecho. Ya en vacaciones, antes de que pudiéramos darnos cuenta… habíamos llegado.

Una vez allí, la sensación era que el tiempo se había detenido. Probablemente porque el lugar era tan acogedor y amplio que resultaba una especie de paraíso. Tenía su propio jardín, un montón de habitaciones y se encontraba en una urbanización apartada de la civilización de Jondor… También cerca, pero lejos de la playa, lo que le daba una tranquilidad semejante a la desaparición del tiempo.

Nuestras únicas preocupaciones allí eran la tertulia y la literatura. También había que hacer la comida y ese tipo de trámites burocráticos que impone la vida material… pero era una forma de garantizar el descanso de la mente. No suponían ninguna tortura. Leer y escribir resultaban tareas tan gratas como absorbentes. La inspiración podía mascarse en el ambiente, era un alimento que estaba a la orden del día. Una tarde, por ejemplo, escribí un cuento casi sin pestañear: Fut.

Ni siquiera recuerdo que hubiera televisor… hasta tal punto nos encontrábamos en el Paraíso.

Una de aquellas tardes vino a tomar café un vecino al que conocía Manuel Alejandro RAPHAEL. Se trataba de un personaje pintoresco, con la túnica característica del África central, de donde era oriundo… Charlamos un buen rato amigablemente. Recuerdo aquella tertulia como algo trufado de referencias a la magia, salpicada por algún comentario machista que obviamos por tratarse sin duda de nefastas herencias culturales… Recuerdo su figura verde y negra sonriendo entre el café y la charla. Nada más, tal como llegó se fue.

Era un elemento más en nuestra evolución constante por aquella burbuja de tiempo. Otro día nos animamos a ir hasta el mar. Quedaba a unos diez minutos caminando, pero mereció la pena. No fuimos hasta una playa que adivinábamos repleta de turistas, sino que preferimos una excursión hasta unas salinas cercanas. Lugar onírico semejante al Mar Muerto: sal cristalizada al alcance del pie[3]… la sensación de estar arropado por la sal aun estando dentro del agua. No sé si se flotaba, pero faltaba poco. Una experiencia única.

Finalmente otro día nos decidimos a pintar con la brocha, tal como era nuestro compromiso a cambio de las vacaciones. Resultó un entretenimiento más, entre risas.

Quizás podríamos haber acabado hastiados de ocio, pero no tuvimos oportunidad de comprobarlo. Antes de que terminara nuestra estancia en Jondor llegó Tina RAPHAEL, una de las hermanas de nuestro anfitrión, con un par de amigas… Traían unas intenciones idénticas a las nuestras: desconectar del mundo.

Por algún problema de comunicación familiar, las estancias de ambos grupos se habían solapado… Esto hizo que durante algunos días[4] coincidiéramos con aquellas chicas, compartiendo el mismo espacio.

El resultado no pudo ser más inconveniente para todos. Saltaban chispas en cualquier roce. Una de ellas estudiaba Medicina, como la propia Tina RAPHAEL, y la otra Historia. Nuestras tertulias repletas de ínfulas intelectuales se les antojaron insoportables… El resultado era una convivencia difícil. Casi siempre evitábamos el contacto para no provocar conflictos.

Una noche que ellas habían salido a tomar unas copas y bailar por los alrededores al más puro estilo veraniego, nosotros tres permanecimos en la habitación con literas a la que nos habíamos replegado para dejarlas en paz. Jugábamos a expulsar a un ratoncito que apareció por allí… Lo justo para desvelarnos y estar despiertos cuando volvieron. Como nuestra habitación estaba junto a la entrada del chalet y teníamos las luces apagadas pero la vigilia encendida, pudimos espiar levemente.

Su conversación giraba precisamente sobre nosotros y nuestra petulancia en la vida cotidiana. Nuestras ínfulas intelectuales hablando de Paracelso, por ejemplo… Sí, eso decían. Pero jamás habíamos pronunciado aquel nombre, lo que vino a delatar que tras aquella actitud se escondía alguna especie de complejo… no sé de qué tipo era, pero ahí estaba.

Quizá se trataba de un conflicto de competencias… o sentir que nosotros interpretábamos un papel que les habría gustado ejercer a ellas, no lo sé.

Finalmente la noche anterior a nuestra partida hubo una especie de tregua. Quizá porque sabían que nos marchábamos al día siguiente y eso aliviaba su presión psicológica. Lo cierto es que en el jardín, escuchando la Historia de las sillas de Silvio Rodríguez y con la amarillenta luz de la madrugada… Manuel Alejandro RAPHAEL, Alejandro Marcelino BOFE y yo estuvimos bailando alrededor de unas sillas allí mismo, en el jardín[5].

Cuando nos disponíamos a recogernos de la sesión coreográfica animada por alguna cerveza, descubrimos a Tina RAPHAEL espiándonos desde el balcón del piso superior… Aquello le pareció tan humano, tan entrañable, que acabó hablando con nosotros.

No sé si llegó a enrollarse con Alejandro Marcelino BOFE, pero el ambiente fue distendido y amable.

Al día siguiente finalmente nos marchamos… Un pequeño descontrol horario convirtió aquel trámite en una odisea. Alejandro Marcelino BOFE y yo nos vimos en Shakhrisabz sin más que el dinero necesario para coger el tren… Pero eran las 10 de la mañana y el tren salía a última hora de la tarde. Todo el día por delante sin un duro para comer. Escasamente para comprar un poco de pan y algo de fiambre en un mercado.

Nos gastamos el capital y repartimos la comida al 50%. Alejandro Marcelino BOFE lo devoró todo al instante. En cambio yo me lo fui dosificando, para alargar en el tiempo las escasas viandas. Diferencia de talante, sin duda.

Estábamos en un parque céntrico, pero a nuestro alrededor el ambiente era suburbial: concluimos que el barrio de las putas en Shakhrisabz estaba localizado en ese enclave… No sé si acertamos, pero nos resultaba indiferente.

En nuestra desinformación, yo había llamado desde el día anterior infinitas veces a la estación sin éxito para averiguar horarios[6]… Pero ahora, desesperados y faltos de recursos, ya sin dinero ni expectativas… a Alejandro Marcelino BOFE se le ocurrió la idea de recurrir a la beneficencia. De allí nos echaron con cajas destempladas.

Además en mi cabeza, como una condena, resonaba aún la noticia que me habían dado por teléfono desde Samarcanda un par de días antes. Mi suspenso en Filosofía del Lenguaje, me esperaba el examen de septiembre. Una noticia nefasta que acababa de aliñar la situación… Ponía sobre esa tarta de merengue putrefacto una guinda de mierda.

Finalmente pasaron las horas y pudimos coger el tren, de vuelta otra vez al infierno conocido… Tras el paréntesis más que onírico, que se había quedado perennemente adherido a las paredes de aquel chalet en forma de pintura. Y a las de mi cerebro, metamorfoseado en recuerdo.


 

[1] De color blanco, sin dificultad alguna.

[2] No creo que fuese directo, me parece que hacía transbordo en Tashkent.

[3] Porque el suelo estaba plagado de infinitos hexaedros naturales, fascinantes.

[4] No recuerdo cuántos, en torno a tres o cuatro.

[5] El instante, casi eterno, para mí constituyó una especie de trance. Una experiencia tan positiva como inolvidable. Danzaban como posesos es un texto con el que posteriormente pretendí reflejarlo.

Era una sensación extrema, sólo comparable a la del ritmo y percusión durante el mercado medieval de Samarcanda en el ’97… o a la sesión en el Sargento, con Conchi Prima, bailando a Terence Trent D’Arby.

[6] El número de teléfono, aún hoy lo recuerdo, era el 5226840.

 

 

Sonido

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