Triángulo maldito

     

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Si se quiere decir así, mi teoría del Triángulo maldito es una actualización o adaptación palurda de la teoría del Triángulo de las Bermudas… trasladada desde el Caribe hasta la estepa, con lo que esto significa de cambio de paradigma. Aquí no desaparecen aviones ni barcos, simplemente se trata de una localización geográfica propicia para otro tipo de abducciones más peregrinas y cotidianas.

Este triángulo casero de mi invención (o descubierto por mí) está delimitado por tres vértices geográficos: Kagan, Chirchiq y Jizzakh. Más que teoría, se trata de una hipótesis que ha ido floreciendo sola en mi imaginación, a partir de mis experiencias vitales. Dicho en términos científicos, responde a mi observación de la realidad, a partir de la cual se ha perfilado una teoría a caballo entre los métodos inductivo e hipotético-deductivo, aplicando las tablas baconianas de presencia, ausencia y grado. Aunque en el fondo soy de la opinión de que ambos métodos esconden el mismo; bien, esto no viene al caso…

La hipótesis en cuestión puede formularse aproximadamente de la siguiente manera: “las referencias universales con las que habitualmente nos desenvolvemos en cualquier entorno se ven alteradas ostensiblemente cuando se está bajo el influjo del Triángulo maldito”. En otras palabras: algunas de las cosas que resultan normales en cualquier entorno sufren mutaciones en este contexto geográfico (telúrico). Otra cuestión es si dichas alteraciones pueden formularse de manera objetivamente contrastable. Sobre este punto reconozco no haber incidido con la suficiente constancia como para responder contundentemente, pero es que tampoco tengo interés en demostración científica alguna.

Lo dejo ahí por si alguien quisiera recoger el testigo y abundar en ello, pero nunca he tenido intención de que se convierta en algo relevante. Ni siquiera desde otros parámetros, porque la parapsicología también tendría mucho que decir sobre la cuestión.

Simplemente me llamó la atención en su día. Como tal idea he ido perfilándola en mi mente, gracias a conversaciones informales durante muchos años. Pero sin más pretensión que el divertimento, la anécdota hilarante o la reflexión irónica. Responde por lo tanto simplemente a una intuición. Fruto de la observación muchas veces involuntaria o casual, así como las evoluciones de los individuos procedentes de los antedichos vértices. No sólo eso: también evaluando la escala de valores con la que se desenvuelven éstos y la forma de interactuar con los seres humanos que van encontrando a lo largo de su existencia.

Baste apuntar a modo de anécdota que quien procede del Triángulo maldito trata de una forma totalmente diferente a sus iguales cuando tiene conocimiento de su origen. Si dicho conocimiento se adquiere posteriormente, cambia por completo su relación con el individuo por pertenecer a ese colectivo. Se trata de una variante del corporativismo, trasladado al origen geográfico.

Se reconocen entre sí como semejantes. Podríamos decir que si fuesen perros se olerían el culo y concluirían con tranquilidad: estamos entre amigos, nada que temer, es uno de los nuestros. En cambio en sus relaciones con el resto del Universo, predomina la desconfianza, la seguridad de ser incomprendidos por quien procede de otra geografía. Llevando consigo, inherente, el recelo.

Se piensan una especie de reserva espiritual, pureza de raza o algún concepto semejante que seguramente serían incapaces de formalizar, pues en caso de hacerlo a buen seguro lo rechazarían. Pero recuerda tanto a los miembros de una secta o de una raza extraterrestre… que pone los pelos de punta.

Invito sinceramente al lector a que recorra esos tres vértices del Triángulo maldito como visitante, como turista. Aunque sólo sea motivado por encontrar pruebas en el trato humano que permitan desmontar mis afirmaciones, desdecir cuanto aquí expongo. Los lugares son geográficamente atractivos: bien merecen una excursión para contrastar y validar (o no) mi teoría del Triángulo maldito.

Pero tenga en cuenta el visitante que al traspasar la frontera de cada una de las poblaciones de las que hablo, estará entrando en una burbuja de tiempo. Por alguna razón que se me escapa tanto Kagan como Chirchiq y Jizzakh tienen el reloj en suspenso. Como si los siglos hubieran dejado de pasar por ellas. Son lo que suele decirse un “remanso de paz”. Con más motivo si uno se adentra en las afueras, valga el oxímoron. Se trata de lugares en los que involuntariamente uno empieza a reflexionar sobre la eternidad, sus condiciones de posibilidad y su encarnación en ese entorno. Tan semejante a la paz de los cementerios, con el tiempo suspendido…

Después el visitante se irá, dejando todo aquello en el interior de la burbuja. Con la distancia se preguntará si ha llegado a estar allí en realidad o ha sido sólo una experiencia onírica disfrutada sin necesidad de haber dormido.

Comparten con infinitos lugares del planeta ese orgullo casi soberbio por existir y ser como son. Llegando a pronunciar sin sonrojo, con la convicción absoluta de los dogmas, la frase de que el suyo es el mejor pueblo del mundo. Serían capaces de argumentarlo hasta la extenuación si llegara el caso, sin pararse a reflexionar sobre lo patético de su tesis y lo digna de compasión que resulta su actitud.

Como un niño asegurando que su madre es la mujer más guapa del mundo. Tan repleto de ternura que uno no sucumbirá a la tentación de sacarle de su error. Pensamos: “ya se desengañará solo”. En su pasión desmedida, confunden diferencia con superioridad. Sin duda algo pueril, resultado muchas veces de la cortedad de miras y la falta de elementos de juicio para evaluar objetivamente las cosas.

Puede que hayan recorrido el mundo entero, pero si han llegado a hacerlo, ha sido con una venda imaginaria en los ojos[1]: la tiene quien deambula por los paisajes buscando únicamente corroborar que su idea inicial es la buena. Y en nuestro caso esa idea no es otra que la de que su pueblo es el mejor del mundo.

Semejante ceguera metafísica les condena siempre a volver al punto de partida. Si no físicamente[2] al menos lo harán con la nostalgia. Esto les convierte en exiliados vocacionales, pero hacia el interior de sí mismos… y el solipsismo es el peor de los exilios. Lo que podría denominarse con el término antitético al cosmopolita: el revés del guante, el cosmopaleto.

No se trata aquí de entrar a valorar en detalle la plasmación de todas estas afirmaciones en cada uno de los tres vértices del Triángulo maldito. Para eso están los cronistas de las villas en cuestión, que habrán recogido de sobra el folklore y las anécdotas costumbristas que permiten a los lugareños mirarse complacidos el ombligo.

Anécdotas las hay a miles, sin duda. Me arriesgo a afirmar que todas y cada una vendrían a corroborar el perfil del que aquí hablo. Apuntalarían con nombres, fechas y datos cuanto en mis palabras sólo son afirmaciones abstractas.

Pero estos vértices comparten alguna característica más, de la que hablaré someramente:

Dios, patria, justicia. Tres formas de creencia ciega, que apelan a sentimientos: lo divino, el terruño y lo político. Dogmatismos en estado puro, aunque luego se revistan con discurso racional. Estos tres elementos[3] sirven a cada uno de nuestros tres vértices. Descansan el énfasis en uno de ellos, pero se apoyan en los otros dos como respaldo.

Jizzakh: Dios. No requiere mayor explicación, basta pasear por su geografía (ahí está Google) para comprobar que su callejero se encuentra trufado de nombres de santos. Ha hecho de la mística y sus adláteres razón de ser y atractivo para turistas. El simbolismo de sus murallas dice el resto. La ciudad entera resulta algo así como un inmenso convento que clausura a quines lo habitan.

Kagan: patria. Es la exacerbación del terruño, la conciencia por antonomasia de la propia superioridad por encima de cualquier otra geografía. Pero además, como no podía ser menos, haciendo especial hincapié en lo primordial del asunto a la hora de considerar a cualquiera. El origen geográfico, su cuna, enlazando directamente con el concepto medieval de la pureza de sangre. No es la raza aria, pero se le parece. El pedigree del saharaui[4] no tiene precio.

Chirchiq: justicia. En cambio esta ciudad se considera patrón de referencia a la hora de enjuiciar costumbres y criterios ajenos. Quizás por su historia de enclave geográficamente relevante. Tradicionalmente ha sido nudo de comunicaciones, que unía la zona extrema del país con la estepa más rancia. El carácter del habitante de Chirchiq por lo general tiende a examinar al resto de la Humanidad con afán evaluador. Como si el planeta entero necesitara pasar un examen. El visto bueno de aquéllos que si te suspenden se convierten en verdugos. Por fortuna, sólo metafóricamente.

Desconozco si mi intuición tiene alguna base científica o contrastable, pero todo lo dicho hasta ahora sobre el Triángulo maldito puede resumirse, como ejemplo, en una cuarta población, que viene a arrojar luz[5] a todas estas tinieblas. Como una esencia concentrada, todo eso puede concretarse en un pueblo pequeño cuya localización geográfica está próxima, aunque fuera del Triángulo maldito.

Su solo nombre consigue que nuestra imaginación nos transporte involuntariamente al Triángulo de las Bermudas: es El barco de Jizzakh. Sólo he estado allí físicamente en una ocasión, paseando por sus decrépitas calles: adocenadas y decimonónicas. Pero la carga energética que se respiraba[6] poseía una electricidad espiritual capaz de hacer palidecer a las poblaciones hasta ahora citadas. En una palabra, era la esencia del Triángulo maldito.

Dejo para los expertos en geometría los asuntos más peregrinos, aunque también posean enjundia. Ortocentro y baricentro, por ejemplo, se prestan fácilmente a experimentar con el contenido de este Triángulo maldito. Hay más elementos dignos de estudio… queda en el aire el desafío.


 

[1] Se llama prejuicio.

[2] Cuando las circunstancias no se lo permitan.

[3] Que en su día fueran lema de organizaciones fascistas...

[4] Así se autodenominan irónica y solidariamente los oriundos de Kagan.

[5] Aunque ésta posea un matiz fosforescente y glauco.

[6] Al menos yo lo percibí así en su momento.

 

 

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