No diría entregado, pero sí dispuesto o disponible. El espíritu de Alesandro ESGUINCE era como el del cordero resignado al matadero: sabiendo lo que le espera, aceptando su suerte como si no hubiera otro remedio, ¿lo había? Ser de Sirdaryo ya condiciona, imprime carácter que dirían los cristianos. Añadir a esto la decisión de estudiar Derecho sin duda significa entrar por el aro. Pero aunque lleno de desencanto y falto de fe en alternativas[1], Alesandro ESGUINCE era un tipo tan alegre como irónico y vitalista.

Su actitud era: ya que estamos aquí y tenemos que hacer esto, pues bueno, hagámoslo lo más ameno y divertido posible. Sólo que en la Facultad de Derecho hacer que algo fuera ameno resultaba poco menos que una quimera, pues era el lugar del acoso y derribo por antonomasia: debido a la masificación propia del lugar, la criba era un proceso natural inserto en el evolucionismo y daba al traste con las posibilidades de supervivencia de los más débiles.

No es que Alesandro ESGUINCE fuera especialmente brillante desde el punto de vista académico, pero tenía la virtud de la insistencia, de la tenacidad. Algo imprescindible para quien pretendía llegar hasta el final como un buen corredor de fondo, aunque su paisano Lutero Sirdaryo hablara más bien de caballos de carreras.

Alesandro ESGUINCE era tan irónico como alegre e imaginativo. Alguien con capacidad para sacar a relucir el carácter gracioso de cualquier acontecimiento, por muy lúgubre que pareciese. En este sentido era un tipo excepcional. No como otros elementos de su misma edad y promoción, como uno de sus paisanos de cuyo nombre no puedo acordarme[2]. Alesandro ESGUINCE aportó al asunto el suficiente aplomo, utilizando su diplomacia para quitarle hierro. Finalmente todo se enfrió: un buen ejemplo, una alegoría de la vida en semejante entorno.

Alesandro ESGUINCE ahora tiene su despacho y funciona todo lo bien que puede hacerlo un abogado.

[1] Que para él resultaban inimaginables.

[2] Véase 136 #6 1)