Araceli   del

BALANCE

Nukus

´88

´99

166 

 

 

 

 

 

 

 

Puestos a buscar símbolos y/o metáforas, aquí tenemos ésta: “un hombre agarra a una mujer por la cintura, la alza en vilo durante un instante eterno y después la deja caer a plomo, de pie, sobre una guitarra. Siente su cuerpo entre sus brazos como una resistencia que se niega condescendiente: un ardor sube por los muslos”[1]. Describe con exactitud una escena ocurrida en Conde Drácula un día que había que alimentar la caldera de la calefacción[2] y teníamos una guitarra desahuciada con cuya combustión nos daríamos calor.

La mujer era Araceli del BALANCE y el hombre yo. Ciertamente, para continuar con el símbolo… nuestra unión acabó con toda posibilidad de que la música sobreviviera a aquel encuentro. Lo iconoclasta de la imagen no fue suficiente para reinventar la música.

Araceli del BALANCE era uno de los satélites que giraban alrededor de La Tapadera, como el planeta que ésta era. No podría decir qué estudiaba Araceli del BALANCE[3]. Solía vestir de negro y su peinado era garçon… lo que le daba un aire andrógino que para mí, amante de las estéticas pervertidas, resultaba doblemente atractivo. De sus manos entré en el submundo de los pelos teñidos caseramente: pasé a formar parte de ese subgrupo de habitantes que desafían lo establecido haciendo de su imagen pública algo deliberadamente heterodoxo. Me teñí el pelo de color azul, aunque luego fue degenerando hacia el fucsia, junto con el amarillo propio de la decoloración. Un auténtico arco iris en sus tonalidades más repelentes.

Gracias a este proceso cromático mi cercanía con Araceli del BALANCE se fue haciendo algo habitual, aunque no fuera el objetivo del mismo. Lo que sí formaba parte del ritual de cortejo era ir cada noche al bar donde ella trabajaba, el Suburbano, a charlar con ella mientras su trabajo de barwoman se lo permitiese.

Allí no sólo se trataba de aguantar un ambiente cutre de presunta buena música para estudiantes. Además tenía que exprimirme el cerebro para que el bar se llenara de carcajadas: las de Araceli del BALANCE. Lo conseguía innumerables veces, a pesar de que el ambiente era la antítesis de lo propicio.

Del Suburbano salimos muchas veces contentos y cómplices, aunque la noche fuera hostil y aburrida. Ventajas de ser mago. Uno de sus días de descanso nos fuimos de vinos por tugurios de barrio, degustando la atmósfera decadente que no era más que un último coletazo del ambiente de los ’80: las rentas de una Transición resumidas en “bares de rojos” que decíamos Araceli del BALANCE y yo a propósito del tema.

Hicimos un buen recorrido turístico por el barrio típico (entre el Buendía y otros garitos del estilo) y finalmente pateamos las calles con una botella de Southern Comfort[4] en la mano. Paseábamos urbanamente, ostentando el entusiasmo que da estar medio pedo y tener ambiciones con las que pasear locuelos.

Así, nos íbamos pasando la botella y bebiendo a morro. En una de ésas, el trago de Araceli del BALANCE fue poco certero y el bourbon resbalaba por su cuello. No pude resistirme y haciéndole un homenaje a mi vocación vampírica me abalancé ávido del preciado licor que rezumaba su boca.

Araceli del BALANCE interpretó mi gesto como si se tratara del arrebato que busca un beso y correspondió sin necesitar más pistas. De hecho: aquél fue el único que no quise darle, a diferencia de todos los que vinieron después, por añadidura.

Como noche fue memorable, alternando los dos mejores sabores que puede intentar cualquier pervertido. Pero no pasó de eso, como tampoco los días sucesivos.

Araceli del BALANCE mantenía una distancia que yo atacaba con puentes que ella podría haber cruzado, pero no lo hacía. Una noche me desnudé sobre su cama para tomar baños de luna, a la espera de que ella me acompañara: pero no lo hizo.

Si a esto añadimos el siguiente suceso de una mañana, la ecuación queda cerrada: yo estaba hablando con alguien junto a la barandilla de una céntrica plaza. Vi pasar una figura llamativa: sus andares de pato eran tan evidentes que podría haberse escrito una copla. Al mirar a la cara de aquella transeúnte y descubrir horrorizado que se trataba de Araceli del BALANCE, pensé: “¿Y ése es mi complemento?” Ahí terminó cualquier posibilidad.

A partir de todos aquellos acontecimientos reinterpreté una anécdota que guardaba en la memoria, a pesar de tener una antigüedad del ’87… ¡Qué lucidez! Tirar una bombilla fundida hacia el futuro, sin saberlo… Había sido desde el balcón de Araceli BRUMA… hacia el espacio donde se alzaba el edificio en el que vivía ahora Araceli del BALANCE. Yo entonces buscaba la explosión del vacío para conjurar un eterno retorno… sin conseguirlo.



[1] El cuadro recuerda la misma avidez de besos con que los amantes se degustan, como si fueran a separarse en cualquier momento. El sorprendido espectador comprueba cómo de inmediato se abrazan y vuelven a caminar juntos… era sólo un arrebato, una declaración de principios: no olvidar que pueden apasionarse.

[2] A la que llamábamos Hacienda.

[3] Probablemente Psicología… pero como lo hacía en la Universidad Fanática, era equivalente a hacer sólo una cosa: pagar religiosamente. De sabiduría, un espejismo.

[4] La bebida de Janis Joplin.

 

 

Sonido

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