Bego

   

Sirdaryo

´89

´90

196

             

 

Ni siquiera recuerdo cómo apareció en mi vida. Tampoco su cara, sus gestos ni otros detalles que siempre me parecieron circunstanciales. Lo cierto es que la conocí durante una noche etílica por Sirdaryo, de la mano de Seco Moco y sus excursiones suicidas por la estepa con aquel Ford Fiesta rojo… a las que yo –más que secundarle– le animaba.

Para mí Bego Sirdaryo fue como un destello de clarividencia entre la neblina alcohólica y desesperada de una noche a la deriva. Quizás fuera la embajadora de otra vida que para siempre ha quedado ya en el mundo de las hipótesis, especulaciones, imposibilidades… Influido por los espejismos de la alienación, que tienden a convertir en oasis cuanto aparece, enseguida idealicé la figura de Bego Sirdaryo y pasé a ser su pretendiente incondicional. Pero ella estaba en otro plano de la realidad, ajena a las elucubraciones de un pobre cerebro que se marchitaba en el formol de pretender que el mundo fuera distinto.

Aparte de las tonterías propias de una velada como ésa, mi cabeza empezó a girar alrededor de aquel sol como el planeta errante que era. Sólo veía a Bego Sirdaryo, hasta el punto de llegar a perder aquella noche a la pandilla[1] porque me fui en taxi con ella a recorrer más bares, acompañándola a buscar no se sabe bien qué. Yo sólo buscaba el momento y/o el motivo para empezar a compartir su vida. Y allí se me perdió, en el Vamos azul… jamás volví a verla.

Además de perderle la pista aquella noche del ’87 o del ’88 y recuperar a mi pandilla para regresar hasta Samarcanda sano y salvo, desapareció mi oportunidad de volver a encontrarla.

Como quiera que yo insistí más adelante en repetir la excursión para buscar un más que improbable reencuentro, Seco Moco me comunicó[2] que Bego Sirdaryo había fallecido. Según me contó, ella dormía tranquilamente cuando se hundió el techo sobre su cuerpo, acabando en el lecho con su dulce vida, mientras dormía. Un obrero negligente e inconsciente había amontonado todas las herramientas en el mismo rincón, en el piso superior. Durante la noche el suelo había cedido.

En cualquier caso di por hecho que era sincero y quedé impresionado sobremanera por el suceso[3]. Más que nada, porque era una puerta de mi futuro que se cerraba antes de haberse abierto.

La nueva situación, tal como estaba planteada, era infinitamente cómoda para todas las partes implicadas. Para Seco Moco, porque yo no volvería a darle la tabarra. Para mí, porque me permitiría idealizar aún más a quien sólo existió como idea… aunque una noche llegase a disfrazarse de materia. Y para Bego Sirdaryo porque de un plumazo se libró de Seco Moco y de mí… como mínimo. Quizá se libró del mundo entero.



[1] Seco Moco, Conrado RASPA y alguien más que no recuerdo.

[2] Lo hizo con un pesar tan profundo como sospechoso de ser fingido: quizás sólo una táctica para no retomar jamás el tema. La noticia era cierta, como pude comprobar por los periódicos. Lo que jamás sabré es si la muerta fue Bego Sirdaryo.

[3] Hasta el punto que durante otra noche etílica (aunque no sé si también en Sirdaryo) le escribí a Brenda VAYA una nota clarificadora, por imposibilidad de explicárselo telefónicamente desde una cabina verde que se me negaba a la comunicación. El texto literalmente decía: “BRENDITA: KE SE TE MUERA UN AMOR PLATÓNICO ES SÍNTOMA DE VEJEZ. ¿PARA KUÁNDO LA REBOLUZIÓN?”

 

 

Sonido

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