Caco

Samarcanda

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Caco era el ejemplo clásico de licenciatura inacabada por una asignatura atragantada. Así le ocurrió: se le atravesó la Antropología y esto le impidió llegar licenciarse[1]. La carrera, aparcada para siempre: en otras palabras, un fracaso. Pero no suyo, sino del sistema: que permite que alguien con un 95% superado, no sea considerado apto.

Suerte que Caco tenía otras posibilidades vitales, más sublimes y creativas que la burocracia universitaria: la música era su salvación. Quizá por eso acabó renunciando a la Filosofía para dedicarse al violín, el verdadero centro de su universo. En el fondo, la Filosofía para él sólo era un engorro. Quien tiene el corazón de arte, ¿para qué quiere la contaminación de la filosofía con sus razones, excusas y bagatelas?

“Cuando una botella está vacía, aún quedan 5 gotas. El contenido de una botella es infinito”, era una teoría de Caco, fácilmente comprobable. Porque además Caco tenía otra gran reserva de fuerzas, casi infinita: su capacidad para superar cualquier obstáculo, quitarles hierro a las cosas, poner una sabia distancia que le hiciese invulnerable para todo aquello que no tenía importancia.

Es cierto que su condición de trabajador en el mundo de la música[2] convertía su situación laboral en vulnerable. Pero también lo es que haberse ido a vivir al campo con su mujer Tania Ref. Caco resultaba ser una situación que le había llevado a un paraíso difícilmente alterable.

En fin, la casa de ambos era una especie de torre de marfil en la que disfrutábamos de: jam sessions musicales, diapositivas, literatura, copas, charlas, amistad, teatro[3], tiempo sin tiempo… Así era el buen humor, el buen rollo…

Una noche le aposté a Caco lo que no está en los escritos a que le ganaría en una carrera de bicis… se acojonó, no quiso apostar. Más adelante se rio mucho por eso: cuando supo que jamás he sabido montar.

Gracias a la sensibilidad y experiencia de Caco, mi tesina contó con su valioso asesoramiento. Una especie de colaboración vital que iba más allá de la materia o del mundo conocido.

Además Caco era una persona con la cabeza bien amueblada: jamás tuvo ningún problema hacia la relación que me unía con Tania Ref. Caco: una amistad que sin duda se prestaba a ciertos episodios equívocos que bien podrían haber acabado en tragedia en manos de un celoso.

Y eso que entre Tania Ref. Caco y yo jamás hubo nada que no fuera puramente espiritual. Lo mismo que entre Caco y yo, pero de otra manera.



[1] Tampoco era de extrañar, teniendo en cuenta quién tenía en la asignatura su imperio intocable: se trataba de MARUJO, el peor de los posibles elementos que podía encontrarse en la plantilla de la Facultad.

[2] Impartía clases de violín en la docencia privada.

[3] Su hermano (cuyo apodo era Indio) y yo improvisábamos una interpretación de hipotéticas discusiones que sólo eran performances, retos a nuestras respectivas imaginaciones para dar un espectáculo hilarante y gratificante a manos llenas: sin acritud de ningún tipo.

 

 

Sonido

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