Cefe

 

Plátanos - Goodman

 

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Seguramente a Cefe Plátanos-Goodman le habría gustado ser uno de nosotros, los que llegábamos a la barra del Plátanos charlando de cosas con mayúsculas: aparentemente nos podíamos comer el mundo, aunque nos lo bebíamos. Luego todo quedaba en escaramuzas conversacionales más o menos memorables, pero imagino que ante sus oídos (ajenos al mundo filosófico) serían momentos envidiables.

En el Plátanos las noches eran un soplo, siempre con la cómplice sonrisa de Cefe Plátanos-Goodman o de Alejandro-Oso tras la barra. Estoy seguro de que más de una vez el propio Cefe Plátanos-Goodman echó de menos haber terminado la Secundaria para poder compartir algo más con nosotros, aparte de sensaciones: sobre todo ideas, porque su mirada delataba envidia sana. Hacia nuestra posición: al mismo tiempo por encima de la media, pero descreída de sí misma. Para él resultaba un universo ya inaprehensible: lo más cercano que podía llegar a estar de aquella atmósfera era introducirse por la puerta falsa del sentimiento, como así lo hizo. Durante algún tiempo estuvo saliendo con Araceli BÍGARO: por aquel entonces compartimos absurdas madrugadas de patos en el parque…

Mi relación con Cefe Plátanos-Goodman iba más allá de lo meramente comercial que une generalmente al camarero con los clientes: le abría los brazos sinceramente porque me parecía un tipo simpático y merecedor de tiempo, de energías, de conexión de momentos. Bromeábamos con las consumiciones, hablando de los “vaqueros” de pacharán[1].

Mientras Cefe Plátanos-Goodman fue camarero del Plátanos era uno más de nosotros, sin salvoconductos ni requisitos. Al fin, quienes siempre hemos descreído de la validez de lo establecido[2] actuamos así de forma instintiva… no concebimos que el mundo deba ser de otra manera.

Al terminar su horario de trabajo, así era: Cefe Plátanos-Goodman formaba parte de nuestro círculo copero. Con el tiempo Araceli BÍGARO se fijó en él y en su atractivo: algún tipo de aura que posee el mundo de la hostelería, sólo visible para los ojos femeninos.

Las cosas siguieron igual en la esencia, aunque sexualmente entre ellos dos hubiera pasado a ser diferente. En una de ésas, ya amanecido, camino de La caseta, su Ford Fiesta negro rascó el utilitario de un currante sobrio y recién madrugado. Pero otra fue peor: acabó en la cuneta mientras Araceli BÍGARO y él iban camino de algún antro en busca de madrugadas más amables. Afortunadamente no les pasó nada[3], aunque el coche no volvió a circular.

Como no le faltaba arrojo empresarial, aunque intelectualmente fuera más limitado, Cefe Plátanos-Goodman dio el salto cualitativo y se arriesgó a llevar su propio local: el Goodman, negocio de incierta fortuna y que finalmente pasó a cerrar, aunque estaba incluido en la llamada ‘ruta de amiguetes’.

Coincidió con esa época del declive nocturno tal y como lo habíamos conocido en los ’80 y principios de los ’90. Muchos nos resistimos aventurándonos en diferentes escaramuzas hosteleras que terminaron siempre en deudas.

Cefe Plátanos-Goodman, como tantos otros, habría merecido mejor suerte en el mundo de los negocios. Aunque sólo fuera por su risa siempre presta a aflorar, su buen humor y disposición a la aventura de la mano del mundo de la filosofía… aunque sólo fuera por su disposición a la noche, su camaradería y su fondo de bondad. Fue un compañero de viaje que nos alegró muchos ratos, aunque su órbita mental quedara a años-luz de nuestra dimensión etérea.



[1] Un juego de palabras equivalente al de los “whiskatas” que aparece en la película ¿Quién teme a Virginia Woolf?

[2] Los planes de estudios, las instituciones y cualquier zarandaja conservadora.

[3] Por suerte para él y para Araceli BÍGARO que le acompañaba.

 

 

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