Araceli BÍGARO

Ghuzor

´85

´97

185

 

 

 

 

 

Una tarde de charla en grupo[1], alrededor de unos cafés, preguntó sin tapujos uno por uno a todos los presentes si éramos vírgenes. Araceli BÍGARO era así de descarada… le gustaba jugar a escandalizar, ponerse el disfraz de rompedora. Mi negativa a contestar fue acertadamente interpretada por Araceli BÍGARO como un indicio positivo de mi virginidad… y se propuso la meta de acabar con ella, declarada implícitamente durante aquella conversación-trampa.

Esta historia tuvo antes una sencilla antesala en la Facultad de Filosofía, cuando supimos que éramos compañeros de clase.

Pocos días después cada cual empezó a intimar con quienes le parecieron espíritus afines. De una de aquellas reuniones surgió la escena narrada, en la que Araceli BÍGARO se planteó el objetivo más o menos claramente. Supongo que ya antes le había gustado yo y aquello fue un reto, la excusa que le faltaba para decidirse.

Así empezó una historia que tuvo poco de truculenta. Se alargó en el tiempo más de lo debido y se complicó hasta convertirse en agua de borrajas, sin que Araceli BÍGARO tuviera éxito en su afán. O sí, según se mire… me retaba a que yo me dejara llevar por sus diestras argucias, hasta el mundo sexual al que ella era tan aficionada.

Llegamos a acostarnos en varias ocasiones, pero sin que hubiera penetración. Juegos, petting, rozamientos… en fin, episodios múltiples y variados, pero nada más.

Muchas veces nos sorprendieron madrugadas entre morreos y arrumacos. Se nos gastaron entre las manos muchas noches que no fueron sino experimentos con los que descubrirnos respectiva y recíprocamente. Físicamente.

Aunque nunca me atrajo en ese aspecto, el corporal. En cambio su carácter y su espíritu eran tan entretenidos como interesantes ante mis ojos de 20 años. Cuando reclamaba mi sinceridad, se refería simplemente a que yo condescendiera con sus deseos. Un poco por experimentar y otro poco porque pensaba que quizá ella estuviera en lo cierto, yo me dejaba hacer… aunque con límites, recelando de que cualquier día aquellas prácticas pudieran requerir acto sexual, cosa que mis gustos no veían nada claro.

Mi condición femenina es un recuerdo en mi portal, el año ’86. Me vi sorprendido por la dulzura del sexo sucio de Araceli BÍGARO… y atraído por sus pezones… nunca tan crujientes como entonces… en el entorno de un festín de besos nocturnos y adolescentes: como un desafío al futuro.

Así, tonteando, empezamos a recorrer también el mundo de la filosofía académica. Aprendimos que la verdadera filosofía no se deja atrapar en las aulas o los libros, ni se viste con trajes de catedrático. Descubrir la filosofía era paralelo y simultáneo a descubrir el mundo real, la vida, el cuerpo, las relaciones humanas: todo en una palabra inexistente. Para nuestra incipiente juventud el lenguaje no era suficiente.

Noches de copas, intercambios de: música, opiniones, inquietudes, gustos literarios, besos, conocimientos, puntos de vista… aquello era un filón infinito, sin duda. El día se nos quedaba corto. Por aquella época Araceli BÍGARO aún no vivía en piso. Estaba en una pensión que nos vio muchas tardes ante los libros, pero dedicados a otros descubrimientos: de las ideas, las caricias y los besos. Podría decirse que éramos compañeros de investigación, que nos prestábamos respectivamente a los experimentos que quisiera hacer el otro.

Me introdujo en la literatura de la pasión, regalándome El perfume de Patrick Süskind y un frasco de Quorum. Un auténtico despertar para mis adormecidos sentidos que, con todo y ser envolvente, con su invitación no consiguió hacerme traspasar la puerta del conocimiento[2].

Si aventurase un pensamiento apócrifo de Araceli BÍGARO durante aquellos días, podría ser semejante a lo que sigue: “algunos fríos llegan a doler, como el de tu esteparia indiferencia. Tan próximo a la tortura como un amor inquisitorial, así es el frío deliberado de tu ausencia”.

Yo participaba de ese entusiasmo contagioso y juvenil que Araceli BÍGARO traía consigo, aunque me encontraba lejano, ausente. Mi cabeza no podía ni quería dejar de lado a Circe SADE, de la que estaba tan perdido como imposible e insoportablemente enamorado. Pero Araceli BÍGARO traía consigo un mundo inagotable, que realmente contribuyó a que mi vida siguiera adelante sin ningún problema: a pesar de que Circe SADE fuera solamente una quimera.

Con Araceli BÍGARO aprendí los sinsabores de la resaca, el desencanto de un amanecer sin haber dormido y la flojera mental que viene tras la euforia. Compartimos infinitos descubrimientos, por eso mismo imposibles de ser enumerados. Pero la vida seguía avanzando, con lo que eso significa.

En otras palabras, Araceli BÍGAROme atraía pero no me gustaba. Por eso nunca llegamos a hacer el amor. Nuestros sexos estuvieron muy cercanos, separados sólo por leves tejidos, pero no llegaron a juntarse.

Fue precisamente una noche, en la misma habitación que me vio nacer, en Kagan de camino hacia el otro vértice de nuestro particular triángulo humano: Pablo CIEGOS, oriundo de la cuna del renacimiento del llamado “pueblo de las tres mentiras”. Porque hubo una temporada, a finales del ’85, en la que los tres fuimos habituales de sueños compartidos: Araceli BÍGARO, Pablo CIEGOS y yo mismo. Pablo CIEGOS aportaba equilibrio al triángulo, al menos lo compensaba. Él estaba enamorado de Araceli BÍGARO y ella me amaba a mí. Fallaba yo, que (a pesar de apreciarles sobremanera) no amaba a ninguno de los dos.

Resulté la frustración de Araceli BÍGARO durante muchos días, años… hasta que poco a poco abandonó la fijación con mi sexo y la redirigió hacia otras personas: no sé, otros pagos más efectivos, de refuerzo positivo. Es decir: sin llegar a declararse zorra… concluyó que yo era una uva verde y me dejó por imposible.

Así, haciendo alarde de su tolerancia y aperturismo, le pareció bien que yo me hubiera enrollado con un bandoneonista belga (algo que sólo ocurrió en la imaginación de Araceli BÍGARO): a la sazón estaba en Samarcanda, pero lo único que llegué a compartir con él –ni siquiera recuerdo su nombre– fue la afición al tango. La conclusión de Araceli BÍGARO fue simple. La típica táctica de las despechadas con baja autoestima. Como no quise follar con ella, en su cabeza sólo cabía una posibilidad, que iba pregonando sin tapujos: yo era homosexual… una forma como otra cualquiera de autojustificar su fracaso. Anecdotarios.

La cosa no tuvo mayores consecuencias: Araceli BÍGARO siguió dando rienda suelta a su pequeña ninfomanía… mientras yo seguí solo. Con aquella etiqueta colgando equívoca de mi atuendo, en un panorama ciertamente propicio para semejantes acontecimientos. En el fondo quizá fuera una simple venganza hacia el objetivo no consumado: descrédito social, sin mayores homofobias por su parte.

Paulatinamente se fue normalizando la situación: en la época que Araceli BÍGAROestuvo emparejada con Jesús Manuel LAGO, con frecuencia organizábamos festejos heterodoxos en pandilla. Por ejemplo, en su piso, un zafarrancho general en el que todo valía. Ellos lo llamaban el “día del cerdo”… por supuesto, tras aquella performance sin fecha predeterminada tocaba limpieza general. ¡Qué pijo era yo entonces sin saberlo! Ahora lo entiendo gracias al recuerdo: no haberles ayudado a limpiar cada vez… es el único remordimiento. Por lo demás, significaba una jornada de hermanamiento.

Más tarde Araceli BÍGAROcayó en una especie de telaraña maracandesa. Conoció a Cecilio Pescaray el mundo que giraba a su alrededor… pero esto ya fue a partir del ’93. Alguna vez les encontré por la calle, sin que ellos me vieran: en la distancia ya no eran dos amigos, sino un viejo y una señora gorda. Cecilio Pescara y Araceli BÍGARO, de la mano como si se tratara de dos jubilados en un balneario. Ajenos.

 

REFLEXIONES AL HILO

Realmente no sé si soy como he sido, como creo ser o como podría haber sido: cada instante una encrucijada en el constante misterio de la vida, devenir puro. En el colmo de la duda, ignoro si soy como hoy actúo o en realidad soy como escribo: esto significaría más bien que sólo soy duda y en realidad no soy, sino que pienso ser.

Eso sí, reconozco, haberme equivocado: al creer como decían… que la primera vez debe ser mágica y crear magia, porque me empeciné en que llegara de esta manera. Cuando lo cierto es que la primera vez es tan mágica como todas las demás. De hecho, la segunda vez… resulta ser la primera vez que ocurre por segunda vez y así sucesivamente.

Quizás si yo hubiera actuado de distinta forma, el resto del itinerario habría sido diferente. Por ejemplo: si en lugar de resistirme hubiera dejado que en los mundos carnales Araceli BÍGARO fuera mi guía… quizás a día de hoy mi currículum sexual sería muy diferente. Habría discurrido por sendas de promiscuidad, tolerancia y alternativas.

Seguramente no me encontraría en mi papel de hoy: detonante de familia nuclear, con la carga vital que eso conlleva para cualquier artistilla que se precie.

Conclusión: esta situación está directamente derivada de mi manera de ser, que incluye lógicamente el miedo o la incertidumbre que dieron lugar a mi resistencia al influjo de Araceli BÍGARO.

Por lo mismo que incluye la indecisión a plantearme seriamente si este papel de detonante es asumido… o sólo el producto de mi provisional y eterna tontería.

La conclusión es clara: tengo cara de máscara. Lo mío es más-careta que otra cosa. Así se desprende de las épocas oscuras de mis despertares: social, sexual, intelectual… Allá por el ’85, recién zambullido en el estanque filosófico de libros y noches de copas: a colación de Goffmann[3], grandes y profundas conversaciones sobre el ‘yo’ y su puesta en escena.

Desde entonces siempre se me ha achacado la capacidad interpretativa para esconder un ‘yo’ al que ni siquiera conozco, porque no quiero enfrentarme a él. Como buen escéptico, consideraba que podían estar en lo cierto aunque yo no estuviera de acuerdo. Indagué, experimenté: con la finalidad de saber si era cierto, quizá acabé convertido en mi propio papel. Actualmente no creo nada de aquello: quizás soy un poco reservado, pero no me considero actor.



[1] Seríamos aproximadamente 5 ó 6 personas.

[2] Privar a las Helíades de su velo, que diría Parménides.

[3] La presentación de la persona en la vida cotidiana.

 

 

Sonido

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