GARGAJO

 

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GARGAJO cerraba los ojos y meditaba mientras escuchaba los trabajos que los alumnos íbamos leyendo en el Seminario. A nosotros nos parecía que dormitaba, pasaba totalmente de nuestro esfuerzo. Pero nunca supimos cuál de las dos era la opción acertada.

Repetía con frecuencia el concepto de la función instrumental de la Ética[1], hasta el punto que llegué a imaginar la Ética como semáforo, o al revés. Quedaba, claro está, el problema del daltonismo.

GARGAJO nos aleccionaba sobre todo con su actitud mesurada y tolerante. En definitiva era un talante vital que fuimos aprendiendo casi sin querer. La asignatura es de ésas que, a fuerza de ser prácticas y aplicables, da la impresión de que no estuvieras aprendiendo nada.

Sólo que el paso de los años hace ver la madurez y la paciencia que planeaban sobre nuestras cabezas… durante aquellas interminables tardes. GARGAJO era un incomprendido, pero eso se la traía al pairo. Le preocupaba mucho más su buena relación con los alumnos y eso lo tenía. Era cercano y amable, ahora pienso que quizá demasiado accesible y comprensivo… si es que alguna vez puede resultar excesiva la tolerancia.

Participaba jovialmente de las zarandajas juveniles que compartíamos con él, como el amigo que era. ¿Acaso resulta ético suspender a alguien la asignatura de Ética? Para GARGAJO parecía que no. En definitiva, de una u otra forma todo el mundo tiene su propia ética y no hay ninguna mejor que otras. Ni tan siquiera la docente[2].

Por la falta de riesgo, el planteamiento resultaba tan atractivo que finalmente nos íbamos interesando por la asignatura. Al no tener nada que perder, todo iban a ser ganancias. El ambiente de camaradería creciente invitaba a participar en el contenido de la asignatura como pasaporte hacia una comunicación más profunda, a un intercambio de ideas más fructífero.

A finales de curso, Andrés GHANA y yo nos propusimos con éxito recopilar los apuntes de la asignatura, para facilitárselos a los compañeros. Cuando terminamos, transcritos al ordenador… claro, no resistimos la tentación de añadir una “colaboración” especial para la ocasión. Un folio humorístico que ayudara a la concurrencia a tragar la píldora. Tópicos típicos de la asignatura, inteligibles para quienes la habíamos compartido.

En fin, para que no pudiera confundirse con el resto, aprovechamos la opción que facilitaba el Word: numeración alfabética. El resultado fue histórico. Por poner cualquier cifra, apreté el 37, que traducido a letras resultó ser KK. Así fue como nació el famoso folio KK, tal como lo bautizó GARGAJO entre risas. Un guiño de las circunstancias que nos dejó entrever una vez más cómo la Ética y la risa van de la mano. Ambas arrancan de la misma raíz del ser humano.



[1] Era la asignatura que nos impartía.

[2] Quizás sus enseñanzas se reducían a decirnos cómo expresar la nuestra de manera inteligible.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
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