Andrés

GHANA

 

Jizzakh

´86

´99

148

             

“No vale para estudiar, lo mejor será que haga Filosofía o algo así”. Ésta fue la solución salomónica que se les ocurrió a los curas para Andrés GHANA, al terminar el curso que debía orientarle hacia la universidad. La orientación no pudo ser más acertada, a la vista del resultado, pues ahora es profesor universitario. Algunas veces en la vida es mejor estar en el lugar adecuado en el momento idóneo que cualquier cúmulo diferente de factores. Andrés GHANA tenía un don: estar en el lugar que le beneficiaba. Pero ya desde pequeño, ¿eh?

Para estudiar Primaria y Secundaria sólo tuvo que cruzar la calle, como él mismo explicaba siempre. Pero no sólo eso: cuando empezó Filosofía junto a todos nosotros, estrenó un edificio nuevo que estaba… a 200 metros de su casa.

Con el paso de los años volvieron a cambiar de sitio la Facultad pero a Andrés GHANA le dio igual, porque ya había terminado la carrera. Además cambió de casa y resulta que su nuevo domicilio quedaba relativamente cerca… algo muy apropiado para su futuro laboral.

Llámese visión ontológica, golpe de suerte o estrella que le protege. Resulta indiferente el nombre, lo cierto es que los hechos han ido jalonando su camino como un lecho de rosas. A primera vista no parece un tipo afortunado, probablemente no se considere a sí mismo como tal… pero está muy equivocado.

Sobre el entorno familiar ascendente de Andrés GHANA, un par de apuntes que contextualicen la biografía…

  • Su hermana, tan fea como atractiva: siempre con bromas inteligentes, con sus amigas pijas revoloteando como tentaciones: invitando a traspasar la frontera hacia un mundo tan ajeno como ignoto, pidiendo ser explorado.
  • Su hermano, representante del mundo de las Ciencias, un vínculo con Tashkent, una especie de emisario del mundo real.
  • Su padre, que hacía de la ecología una cátedra, siempre despotricando (con razón) contra la clase política.
  • Su madre, funcionaria de trinchera parapetando con su lucha cotidiana los logros de una familia así de dinámica y entretenida.
  • El pasillo de su casa: repleto de libros como resumen de las intenciones de aquella familia por cambiarlo todo.

Fue sólo a partir de 2º cuando tuvo lugar un progresivo acercamiento entre nosotros dos. Una tarde del ’87 le conté a Alejandro Marcelino BOFE mi cita del día siguiente con Andrés GHANA: “¡Qué interesante!” –dijo. Sin duda lo era. Porque la personalidad de Andrés GHANA aportaba grandes dosis de realismo y vitalidad al grupo: vivía en un ambiente curiosamente pueblerino (dicho sea sin afán peyorativo), un poco por la dedicación de su padre al campo, otro poco por sus frecuentes excursiones al pueblo, su relación con la agricultura y la ganadería… en fin, un contrapunto para los urbanitas desencantados que nos agrupábamos, polarizados en el extremo nihilista.

A partir de entonces Andrés GHANA y yo compartimos inolvidables noches de estudio. Por ejemplo, en un alarde de minimalismo al más puro estilo de Wim Mertens (una de sus pasiones musicales) Andrés GHANA y yo llegamos a resumir un manual de Antropología de 300 páginas en un folio por las dos caras. Lo mejor de todo… ¡sin haberlo leído siquiera! Lo hicimos a partir de un resumen ajeno que circulaba de extranjis: 20 páginas nos parecían excesivas.

Noches inacabables estudiando en mi casa con el acompañamiento de la música de Janis Ian por toda compañía. Entre películas a las que tuvimos que renunciar. Eran unos tiempos en los que ponían buen cine en la televisión…

Sin duda la personalidad de Andrés GHANAera fascinante: un poco por lo naïf y otro poco por la ausencia de lastre que ponía en práctica cotidianamente. Para Andrés GHANAel asunto académico era poco menos que burocrático. Lejos quedaban los grandes dilemas existenciales que solían ser la comidilla de nuestros cenáculos filosóficos e intelectualoides… a Andrés GHANAle quedaba más cerca la realidad peregrina: de ahí su valor espontáneo como revulsivo, como anclaje en una realidad que podía gustar más o menos… pero era incontestable.

Una de las facetas más novedosas e interesantes de Andrés GHANAera su capacidad experimentadora. Un ejemplo: eran los tiempos iniciales de los láser, finales de los ’80… un día Andrés GHANA, en su innata curiosidad miró uno tal como salía del puntero. Aún no estaban homologados: contaba cómo sintió un escozor en el fondo del ojo. Aquel día fue bautizado como el de la “tuertura” de Andrés GHANA.

Otra vertiente de su personalidad era tan natural como imparable: el mundo de la música. Con el piano que había en su casa, Andrés GHANA pasaba muchas horas tocando de oído… carecía de formación académico-musical, pero lo suplía con dedicación y formación autodidacta. Allí, entre la luz diáfana que entraba desde la ventana del paseo… con frecuencia Andrés GHANA consumía las veladas tocando de oído a Wim Mertens… Por no hablar de esa otra música que tenía en su habitación: Leo Mashliá y Pata negra eran sólo un par de ejemplos de su afición por el folklore con toda la carga valorativa añadida que llevaba puesta. Así, por ejemplo, hacía recopilaciones de crítica social. En una de ellas figuraba una ácida canción de un dúo humorístico, que decía: “Es maricón… maricón de Uzbekistán…”

Con Andrés GHANA compartí muchas experiencias inolvidables, entre las que cabe destacar nuestro viaje a Berlín[1]. El regreso fue haciendo auto-stop, con lo que el asunto tiene de road-movie iniciática. Era el año ’91, así que puede comprenderse fácilmente el contexto en el que nos encontrábamos: lo cierto es que a medida que nos acercábamos a Uzbekistán tardaban más tiempo en cogernos y los trayectos eran cada vez más cortos. El episodio se eternizaba para nuestras desfallecidas fuerzas. Por suerte encontramos gentes que nos ayudaron, aunque otras también se cubrieron de gloria dejándonos tirados, inmisericordemente. Cuando ya estábamos a punto de cruzar la frontera, tras varias noches durmiendo al raso, a mí me fallaron las fuerzas. Suerte que Andrés GHANA no desfalleció: se cargó mi mochila sobre la suya y conseguimos (consiguió) el éxito que esperábamos, anhelábamos.

Otra de nuestras andanzas consistió en hacer el trayecto Jizzakh-Tashkent ida y vuelta una noche de locura, a bordo de un Land-Rover[2] más lento que el coche de los Picapiedra.

Hablaré de aquel chocolate con churros que casi nos cuesta la vida… Esta vez fui yo quien sacó nuestra aventura del atolladero. Grité su nombre y conseguí despertarle: sobresaltado, dio un volantazo gracias al cual no llegamos a salirnos de la carretera… se había quedado dormido conduciendo. En la parte trasera del coche nuestro acompañante Nito dormía plácidamente, ajeno a todo. Al fin llegamos a Tashkent: un chocolate con Agustina HUMOS… media hora de siesta y viaje de vuelta hacia Jizzakh.

Durante este trayecto, ya de día, buscamos parajes solitarios para evitar en la medida de lo posible más peligros. Sin embargo ahora la amenaza estaba en los intestinos, que se resentían del menú chocolatero. Varias paradas obligatorias y al fin alcanzamos la meta. En Jizzakh nos esperaban para tomar una caña las hermanas Celia VACÍO y Miriam VACÍO, sin imaginar que volvíamos de una odisea. Sobrevivir a aquella noche sin duda fue una hazaña para la que no hay posible trofeo… sobrevivir era el premio.

Andrés GHANA se declaraba militante del punto medio… hasta el punto de confesar un equilibrio existencial casi aristotélico, con el que identificaba su experiencia vital, más que sus creencias. A ese determinismo atribuía, por ejemplo, el asunto de la vinculación geográfica entre sus domicilios y los lugares académicamente relevantes en su vida.

Como ésta, Andrés GHANAtenía infinidad de teorías explicativas de la realidad… más o menos llamativas, más o menos estrambóticas. Entre estas agudas ocurrencias estaban:

–el eterno portador del billete de 500 €, traducido al presente: quien va por los establecimientos con un billete para el que raramente tendrán cambio… consiguiendo así invitaciones o aplazamientos de los pagos

–el cajón de los 10 cm.: uno de los cajones que había en el salón de casa de mis padres… siempre se abría sólo esa longitud, porque era donde estaban las cosas más al uso. El resto era prescindible

–los 3 puntos en la carretera: desde su experiencia, cuando haya tres puntos que constituyan conflictividad al juntarse, tenderán a hacerlo. Por ejemplo, dos coches en un estrechamiento de la calzada… Es una variante de las Leyes de Murphy, tan en boga a finales de los ’80

–el somier y su uso rural: como limitación de las fincas, utilización de los somieres metálicos entonces tan corrientes. Motivaciones, ventajas y aplicaciones prácticas, así como la explicación racional de su uso.

Aparte de todo lo dicho y alguna cosa más que se me quedará en el tintero… su capacidad de observación llevó a Andrés GHANA a elaborar una lista de mis manías:

1. Bolígrafo que se coja, se ha de dejar en la misma posición y sitio que estaba (ocurre igual con los cuadernos, incluido éste).

2. No arrugar los lomos de los libros.

3. No apagar el casette sin darle al Stop.

4.No apagar el ordenador sin sacar el disco.

5. No guardar una cinta sin rebobinar.

6. Los domingos: ver a S.S.[3] mientras se fuma un cigarro.

Durante las excursiones que en ocasiones hacíamos en pandilla hasta el pueblo en el que Andrés GHANA hacía sus pinitos fuera de la civilización… una de las veces, aprovechando su momentánea ausencia para algún menester campestre, le robamos una botella de vino a la colección de su padre… simplemente para acompañar la comida. Cuando ya estábamos a la mesa, mientras degustábamos las viandas… dijo Andrés GHANA: “–¿Y este vino?” Con mi natural gracejo, me limité a leer la etiqueta: “–Hurtado primero…” Literalmente, era lo que decía: “Hurtado I”… Carcajada general y la cara de Andrés GHANA que era todo un poema.



[1] Véase 204

[2]El deneí de Andrés GHANA.

[3] Una locutora de la época.

 

 

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