Jaime

 Huevo Duro

Urganch

 ´85

´95

 371

 
             

 

Jaime Huevo Duro, también llamado Jaime Doce.

1)          El primer apodo se lo ganó porque casi como un milagro aparecían en su bolsillo 30 céntimos de € con los que adquirir un huevo duro a las 7 ó las 8 de la mañana. Era el plato estrella del Esquizofrenia, lugar al que tarde o temprano iban a recalar todas las almas perdidas que vagaban por la noche maracandesa.

Jaime Huevo Duro iba de colega enrolladito, pero en realidad era un insoportable de tomo y lomo. Participó en las movilizaciones del ’87 en la Facultad de Filosofía, a pesar de ser estudiante de Biología. Lo de las Ciencias le parecía una proyección de futuros garbanzos, pero su singular espíritu hizo que recalara en el ambiente filosófico.

Además de plasta era un maleducado, irreverente, faltón… y un sinfín de defectos que le tolerábamos más por misericordia que otra cosa. De aquellas movilizaciones del ’87 salió literalmente escaldado. Alguna mano nerviosa le prendió fuego a la barricada antes de que él pudiera salir de las ruedas, para entonces ya incandescentes. Resultado: hospital, pomada y quemaduras de primer grado. Heridas de guerra al fin y al cabo. Algo que contar durante las interminables noches de farra y asueto, entre exámenes y afán de ligoteo.

2)          De ahí le venía el segundo apodo. Una fantasmada sobre los condones que necesitaba para una noche. Se le quedó el mote, lo iba buscando a gritos. De hecho, creo que incluso le enorgullecía. Jaime Huevo Duro era de ese tipo de feos que a fuerza de no follar, acababa por no pensar en otra cosa. Como la obsesión del insomne. Y cuanto más perentoria, más imposible.

Una de sus anécdotas favoritas hablaba directamente de eso. Él le atribuía a un conocido el protagonismo de la misma… pero su carácter era tal que fácilmente pudo ser de su propia autoría.

Se trata de un tío que no folla casi nunca y está deseándolo. Una noche este protagonista encuentra una chica con la que congenia y parece ser su ideal complemento. Entusiasmado, la invita a cenar… ella acepta.

Ya tenemos el entorno ideal: velas, restaurante íntimo, susurros, miradas embelesadas. En medio de ese ambiente tan propicio, a él le puede la sinceridad y le dice a la chica muy quedamente, con pasión en las pupilas:

–Mucho se tienen que torcer las cosas para que tú y yo no follemos esta noche.

Las palabras consiguen incluso retorcer la intimidad. Ella se levanta airada, se marcha irremediablemente. Él se queda compuesto y sin novia. Sin entender por qué todo se ha hundido de repente.

Anécdota para la que resulta irrelevante el hecho de que sea sólo imaginación o se corresponda con algún episodio real. Sólo concebir la escena retrata de cuerpo entero al individuo que la cuenta. Física y metafísicamente.

El amigo Jaime Huevo Duro sí que era un arquetipo. Confesaba escribir en sus horas obsesivas una novela cuyo protagonista era su alter ego, como no podía ser de otra manera. Jaime Huevo Duro se prodigaba sin sonrojo en páginas de autoflagelo. Convertía en argumentos meras ocurrencias de frustración y cilicio… En fin, la literatura como terapia, como siempre.

Yo terminé la carrera. Alguna vez oposité gracias a la amabilidad de su domicilio. Nada de esto sirvió para que su carácter se hiciera más amable. Era un viejo amargado en un cuerpo de veintipico tacos.

La última vez que le vi fue en Djizaks: aceptó mi invitación para venir un fin de semana. Casualmente compartido con Valentín Hermano y Ofelia Heladera[1], de manera que estuvimos durante tres días diciéndonos que aquello no podía ser posible.

Faltón e insoportable como no le había visto nunca, Jaime Huevo Duro nos insultaba a los tres y hacía desplantes a la vez que despreciaba a sus anfitriones. Sin duda buscaba el límite de la paciencia ajena. Era un suicida de amistad. Como todos los fines de semana, aquél también terminó… en la promesa mental de no volver a tratar con él ni por carta.

Así fue. Ahora me parece tan evidente que era su manera de marcharse…: echándome de mi propia casa. Pero lejos de la sinceridad, las palabras y las explicaciones. Jaime Huevo Duro eligió la vieja táctica de obligar a mandarle a tomar por culo… Quizá para después poder mortificarse así en las noches solitarias y lluviosas. Con un cilicio de victimismo que sólo existe en su imaginación.

Así lo hice, por suerte jamás he vuelto a saber de él. ¡Ah, sí! ¿no lo he dicho? Era de Urganch y tenía el dudoso privilegio de vivir en un río hortera… como él mismo presumía.




[1] A la sazón, experimento conyugal inclasificable de Valentín Hermano.

 

 

Sonido

ACTIVA EL SONIDO. Estas memorias tienen banda sonora
Todavía no tienes una cuenta? Regístrate ahora!

Entra a tu cuenta