Lucas

Tío

Samarcanda

´64

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Durante años Lucas Tío pareció mi patrón de conducta, mi referente obligado. Por aquello que suele decirse de que el padrino le traspasa al ahijado la personalidad… o al menos rasgos fundamentales de la misma. Yo sentía gravitar sobre mi futuro aquella predicción más como una maldición que otra cosa. No por miedo tétrico o terrorífico, sobre todo en el sentido más gore de la palabra.

La referencia de Lucas Tío para mí resultaba equívoca. Por una parte la complicidad que una persona cercana y de confianza desarrolla hacia un preadolescente. Como refugio, comprensión y afectividad que no encuentra en la familia nuclear… para eso está un padrino, ¿no? Pero de otro lado representaba la aceptación de la derrota vital. El hecho de que desde joven fuera un jubilado por incapacidad, para mí le privaba de fuerza referencial. Inconscientemente yo me negaba a tomar a Lucas Tío como modelo, pues para mí representaba un “dios menor”. Proyectaba sobre mí conformismos inaceptables, incompatibles con mi manera de ser.

Todo esto se combinaba con otro hecho. Desde los 8 años para mí fue una referencia en la distancia, porque al vivir yo en Samarcanda y él en Kagan, la distancia era un hecho. No por cuestión física (menos de 100 km.) sino porque una vez abierta la puerta del mundo real[1], para mí era inconcebible la vuelta a mis orígenes… Contaminado de conocimiento como ya me encontraba.

Así, durante muchos años Lucas Tío para mí fue un referente a tiempo parcial, durante los veranos mientras yo iba a veranear a Kagan. Pero además, carente de fuerza de cara a mi crecimiento, en tanto que defectuoso.

Todo esto no quiere decir que yo no le quisiera. Al contrario, jugábamos y nos divertíamos con frecuencia. Excursiones por el campo (con él, mi tía y mis primos), juegos y complicidades en casa de Anastasia Abuela[2], confidencias sobre cosas y gentes del pueblo… En fin: Lucas Tío para mí era un amigo más, aunque de distinta edad.

Debía de tener yo aproximadamente 14 ó 15 años cuando tuvo lugar un episodio que determinaría el futuro de nuestra relación, hasta su completa desaparición. A raíz de la muerte de su padre, Merlín Abuelo en el año ’75… al poco tiempo Anastasia Abuela se trasladó a Samarcanda para vivir con nosotros. Durante un par de años la cosa estuvo más o menos controlada. Pero por diferencias de criterio acerca del tiempo que cada familia debía ocuparse de ella, la pensión que cobraba Anastasia Abuela y el futuro de su piso en Kagan… Se produjo una ruptura total entre Lucas Tío y Paquita Madre. Se dejaron de hablar, Anastasia Abuela se quedó definitivamente con nosotros sin otra alternativa: a cambio Paquita Madre heredaría el piso.

En otras palabras, Lucas Tío desapareció de mi vida[3] y no quiso saber nada más de su madre, del piso ni del poco dinero que pudiera constituir la herencia cuando Anastasia Abuela muriese.

Nunca más volvimos a tener relación de ningún tipo entre las dos familias. Salvo encuentros fortuitos en la calle saharaui o alguna cerveza en el Paco, el bar donde Lucas Marcos Primo trabajó como camarero. Nada.

La figura de Lucas Tío, que además era mi padrino, desapareció completamente de mi vida. Para mí esto supuso una variante de orfandad en vida. Pero a la vista de la personalidad del resto de la familia y lo que he ido sabiendo de Lucas Tío… sólo puedo calificarlo como liberación.

Al no tener más que una versión de los hechos, jamás he podido saber quién tuvo razón en el asunto ni qué ocurrió realmente. En todo caso resulta evidente que ambas partes gestionaron inadecuadamente el conflicto desde el punto de vista humano.

Con el paso del tiempo además he sabido la verdad sobre la invalidez de Lucas Tío. En la fábrica donde trabajaba se dejó caer deliberadamente una pieza de maquinaria sobre un pie para no tener que volver a trabajar jamás… a cambio de una cojera incurable. ¿Valentía o cobardía? En todo caso, conformismo. Eligió con frialdad ser jubilado profesional. Deambular por el pueblo toda su vida como un alma en pena[4]. Jamás sabré si llegó a arrepentirse alguna vez, porque ya está muerto.

Sólo recuerdo pequeños detalles de mi infancia, que le humanizan. Por ejemplo, su cara de travesura mirándome desde la galería de casa de Anastasia Abuela, enseñándome una revista porno a través del cristal… el día que descubrió mi escondite.

O los chistes verdes, su olor a Celtas cortos, los cubatas que tomaba en casa de Anastasia Abuela cuando venía a visitarla cada día… todo son recuerdos torpes que se amontonan en mi cabeza. Como si se tratara de una misteriosa lección de la que quizás finalmente yo haya conseguido aprender algo.

En todo caso Lucas Tío jamás ha pasado de ser un espíritu errante entre las mazmorras de mi mente.




[1] Fuera de la burbuja saharaui.

[2] Sobre todo cartas y otros juegos de mesa.

[3] Junto con él, todo su núcleo familiar.

[4] Mirando obras… inspeccionando, como solía decir él mismo.

 

 

Sonido

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